Aunque parezca difícil de creer, la palabra “injerencia” no existe en el idioma inglés.
Busqué, rebusqué y, como no conozco bien ese idioma, incluso recurrí a mi asesora en idiomas pero la respuesta fue esa: no existe “injerencia”.
Y es curioso porque la historia contemporánea está plagada de injerencias precisamente de parte de quienes hablan inglés.
Mientras el Reino de Inglaterra —hoy Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte— era la potencia dominante, su injerencia llegaba incluso más allá de sus colonias pues era Londres quien decidía sobre la vida y destinos de decenas de países ajenos al suyo.
En el caso de Bolivia, resulta muy ilustrativa su injerencia en la Guerra del Pacífico. Según la correspondencia privada de Hilarión Daza —esa que la historia oficial se empeña en ocultar—, la verdadera razón de ese conflicto bélico fue los intereses que Inglaterra tenía en las salitreras de Antofagasta a los pocos años de haberse descubierto la utilidad del nitrato de soda. Tras la negativa de pagar del incremento del impuesto por cada quintal de salitre, el gobierno de Daza mandó embargar los bienes de las salitreras así que los ingleses reaccionaron para proteger los intereses de sus súbditos.
Chile fue armado y pertrechado por Inglaterra y, como sabemos, ganó la guerra. No por nada, la empresa que administró el ferrocarril, y a la que se le entregó la concesión de uso de las aguas del Silala, se llamaba Antofagasta Bolivian Railway and Company y, hasta ahora, su oficina central está en Londres.
Pero el imperio inglés cayó y llegó el estadounidense. Una vez posicionado como potencia hegemónica, aunque en permanente disputa con la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el gobierno de Estados Unidos se convirtió en el nuevo líder dominante —se autodenominó “líder del mundo libre”— y comenzó a decidir sobre vidas y destinos. Convirtió a Latinoamérica en su patio trasero por cuanto aquí enterró sus desechos, incluso nucleares; instaló bases militares e invadió países las veces que le dio la gana.
Para gobernar con relativa tranquilidad, los presidentes necesitaban la venia de la Casa Blanca y, si no, duraban muy poco en el poder porque Washington podía hasta organizar golpes de Estado para poner al mando a un títere que obedezca sus designios. ¿Quién ordenó matar al Che Guevara? La historia ha recontraconfirmado que la orden fue impartida por la CIA.
Sin embargo, no existe la palabra “injerencia” en inglés y, al no existir traducción, se recurre a la equivalencia y la única que se puede emplear en su lugar es “interference”. Según los diccionarios de inglés que consulté, “interference” es “act of impeding or obstructing” (algo así como “acto de impedimento u obstrucción”) pero puede traducirse como interferencia, entrometimiento, intromisión, intrusión, obstáculo e injerencia… ¡eureka!
Pero… ¿a qué vienen tantas vueltas sobre una palabra? Pues a la reacción de ciertos medios de comunicación social en torno a las declaraciones que se aprobaron en Caracas en la cumbre extraordinaria de la Alternativa Bolivariana de las Américas.
La injerencia venezolana es mala, como cualquier otra injerencia, pero ¿por qué sólo se reacciona contra ella?
Que la oposición se aproveche de la injerencia venezolana para criticar al gobierno es algo lógico pero… ¿y los medios?
Jorge Quiroga se rasga las vestiduras cada vez que habla de Chávez. ¿Por qué no procedía así cuando su gobierno debía rendirle cuentas de todo a Estados Unidos? Porque es político y los políticos actúan en función a sus intereses pero… ¿y los medios?
Si vamos por el lado de la bona fide, habría que decir que algunos periodistas actúan así porque conocen poco, o nada, de historia pero, si la razón es otra, hay que admitir que existe interference en sus redacciones.
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