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Parrillada boliviana

A medida que se acercaba el día “D” (¿de qué sería, no?), mi cobardía salió a relucir así que no pude más de los nervios y preferí alejarme de la ciudad, sus ruidos y noticias sobre el referendo, sobre lo que harían los unos para que llegue a buen término y lo que intentarían los otros para impedirlo.
Así que mientras se realizaba el show de una consulta popular ilegal, pero legítima, y los de los ponchos intentaban convencer al mundo de que Bolivia sólo son ellos, yo estaba en el campo ante al reto de transformar unos pedazos de carne en una jugosa parrillada.
Y mientras la carne sudaba sangre al influjo del calor de las brasas, descubrí que, inútil como soy para las labores manuales, lo único que aprendí a cocinar en la vida es la parrillada. Mi primer maestro fue mi hermano menor, quien aprendió muchos de los secretos chicheños en los nueve años que vivió en Cotagaita, y la curiosidad por saber qué más se ocultaba detrás del adobo, la salmuera, cuadriles, lomos, bifes y ramas afines me motivó a poner atención a todo lo que se refería a parrillas y asados.
Gracias al periodismo pude conocer lugares tan distantes entre sí como Cobija y Villazón y me di el gusto de estar tanto en la tropical Porvenir como en la desértica y fascinante Laguna Colorada. Recién ahora me doy cuenta que, a veces hasta sin proponérmelo, aprendí los secretos lugareños para el buen tratamiento de las carnes. En Cobija, en la casa con techos de palma de René Siviora, descubrí cómo se asa con leña y cuándo y cómo se debe usar la sal a granel, aquella misma sal que se encuentra por toneladas en el Salar de Uyuni en uno de cuyos hoteles salinos, el de Juan Quesada, vi asombrado cómo se podía cocer un pollo simplemente enterrándolo en el blanco suelo.
Por eso el domingo, mientras orientales y occidentales se esforzaban en demostrar cuán dividida está Bolivia, yo me concentraba en las carnes que sudaban sangre en la parrilla, ponía de cuándo en cuándo la mano sobre las brasas para saber si mantenían el calor ideal y sonreía al ver cómo el secretito para el encendido del carbón, aprendido cerca de la frontera con Argentina, había dado resultado una vez más.
Entonces supe que todo ese conocimiento conjunto era Bolivia. Que este es un país cuya riqueza cultural puede amalgamarse de tal forma que quizás los resultados no satisfagan a todos pero sí a la mayoría.
Lo que no supe es cómo, pese a la simplicidad de ese razonamiento, este país parece partirse como el cuero del cerdo a la cruz cuando está bien asado. Sé que los oligarcas de Santa Cruz se abanderaron de la autonomía para evitar que el MAS les quite sus tierras pero lo que no entiendo es cómo ese partido, que fue tan hábil para llegar a la cima del poder, ahora esté haciendo todo lo necesario para salir de él. Puedo hacer una parrillada mezclando secretos de cambas, collas y chapacos pero soy incapaz de comprender por qué el izquierdista Evo Morales se empeña en equivocarse y, a hacerlo, le insufla tanta vida a la derecha que le costó tanto derrotar.
Y ahora resulta que unos proclaman la victoria del “sí” en el referéndum del 4 de mayo y otros afirman que fue un completo fracaso por el elevado índice de abstención que se habría registrado. ¡Es la misma lógica del vaso medio lleno o medio vacío!
Al final, resulta que todo este embrollo lo armaron los políticos de izquierda, con su afán de perpetuarse en el poder, y los de derecha, que se parapetaron entre los oligarcas que no quieren perder sus privilegios.
El país, como siempre, se queda jodido, sin un buen parrillero, expuesto a que se apaguen las brasas de su patriotismo o, peor aún, que se queme el asado porque, sin vigilancia alguna, el fuego puede descontrolarse.

2 comentarios:

Mario R. DURAN CHUQUIMIA dijo...

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Mario R. DURAN CHUQUIMIA dijo...

err
nos autoriza a utilizar su material en www.alminuto.com.bo ?
saludos desde El Alto