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Dios

En el Martes de Carnaval recién pasado, miles de bolivianos presentamos ofrendas a la Pachamama cumpliendo el ritual de la ch’alla.
No lo hicimos por pose, moda o propaganda. La ch’alla es un ritual con el que nacimos y aprendimos a practicar a lo largo de nuestras vidas por una simple y llana razón: es parte de nuestra cultura.
La Pachamama no es precisamente una divinidad sino la madre Tierra, el planeta en el que vivimos, y, cuando le presentamos ofrendas, estamos reconociendo esa condición. No hace falta desarrollar sesudas teorías para explicar esa conducta.
Y así como creemos en la Pachamama y en su tutelaje sobre la vida, miles de bolivianos creemos en Dios, el ser supremo creador del Universo.
La existencia de Dios ha sido cuestionada desde siempre porque la antitesis de la fe es el escepticismo. Los escépticos piden pruebas de la existencia de un ser supremo olvidándose que, al hacerlo, salen del terreno de la fe e ingresan en el del materialismo. A muchos de ellos les respondí más de una vez que Dios es amor y por eso es que está en todas partes, en cada uno de nosotros, creyentes o no.
Dios existe para quienes creen en él y la tierra existe tanto para los creyentes como para los escépticos. Debido a ello, no hay por qué encontrar contradicciones entre la fe en Dios y las ofrendas a la Pachamama.
Sin embargo, en su afán de imponer su cosmovisión, mucha gente del Gobierno —incluido el presidente de la República— se empeñan en encontrar diferencias y llegan al extremo de señalar que Dios, ese en el que nosotros creemos, es un dios de los k’aras y, por tanto, será expulsado del país mediante la nueva Constitución para imponer el culto a la Pachamama.
Existe una sola palabra para explicar semejante estupidez: ignorancia. Quien crea que hay un dios de los k’aras y otro para “los otros” no sabe que Dios es uno solo pero recibió y recibe diferentes nombres, según los tiempos, las culturas o los países. Para los musulmanes, Dios es Alá mientras que, si se trata de darle un nombre, los católicos lo conocemos como Jehová o Yavé. En las culturas politeístas, una figura representaba al dios tutelar o creador y, en el caso de las andinas, esa divinidad era Pachakamak. No obstante, aún haya tenido ese nombre, siguió siendo el Dios creador del universo al que conocemos todos cuando empezamos a sentir amor.
Dios no llegó con los españoles porque siempre estuvo aquí, en nuestra madre tierra andina y en nuestros corazones. No existe un dios de los k’aras y un dios de “los otros”. Además, Dios no hace diferencias porque todos somos hijos suyos, sin importar colores, razas, credos ni ideologías.
Que un ateo niegue la existencia de Dios no significa que Dios no exista. Por mi parte, yo sentí la presencia de Dios de maneras sorprendentes y no existe poder humano en el mundo que me convenza de lo contrario.
La fe en Dios no es cuestión de decretos, ni siquiera de procesos constituyentes.
En su afán de imponer su cosmovisión, este Gobierno puede proscribir a la religión católica de la Constitución Política del Estado, puede retirar el crucifijo y la Biblia de los actos oficiales pero jamás podrá echar a Dios de nuestros corazones.
Y es que, como reconoció el mismísimo Hugo Chávez cuando negó su intención de perpetuarse en el poder, el único que posee el don de la perpetuidad es aquel a quien sus pupilos bolivianos quieren echar. “Sólo Dios es perpetuo”, dijo el presidente venezolano pero, al parecer, sus palabras no fueron escuchadas por quienes tienen el corazón cubierto de odio.


25-II-2009

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