Pasó el tiempo y las “rarezas” continuaron. El MAS se fragmentó por la salida de organizaciones —indígenas y no gubernamentales— que antes fueron sus pilares, la justicia comunitaria degeneró en crimen troglodita, la autonomía se convirtió en centralismo teledirigido y los pueblos originarios del oriente iniciaron una marcha hacia la sede de gobierno contra el mismo partido que antes apoyaban.
Llámenme cargoso pero, para mí, el problema fue y seguirá siendo el odio.Tanto en el MAS como en las organizaciones que se alejaron de él existe una percepción equivocada de nuestra historia. Se victimiza a los pueblos indígenas con el machacón cuento de los españoles que llegaron allende los mares, los conquistaron y sometieron y ahora, por fin, ha llegado la hora de ajustarles las cuentas en la persona de sus descendientes, los “qaras” y ramas afines. Todo el que tenga una visión diferente a esa es un enemigo o, mejor, “enemigo del cambio”.
En el nombre del cambio (más bien en el nombre del odio), se impulsa un proyecto autocrático que no admite cuestionamientos. Hay totalitarismo porque el gobierno central apunta a controlarlo todo y, por ello, no concibe una autonomía real en la que no pueda tener algún tipo de manejo o influencia. Si en las elecciones perdió una Gobernación o una Alcaldía, podrá obtenerla por algún otro método aunque eso signifique pasar por encima de su propia Constitución.
Y el problema es que, precisamente por ese odio, ni siquiera podemos cuestionar el totalitarismo, la autocracia o la vulneración de las leyes porque, si lo hacemos, somos identificados como enemigos y tenemos que atenernos a las consecuencias.
No podemos advertir, por ejemplo, que estamos rezagados en la carrera por la industrialización del litio porque, si lo hacemos, nos acusan de pretender favorecer a las transnacionales.
Al final del mail, y luego de casi sentir el tufo de los espumarajos del autor, se puede ver los websites que este recomienda: Periódico Cambio, Agencia Boliviana de Información, Radio Patria Nueva, Telesur TV y Radio del Sur.
El ataque, entonces, es corporativo y está cargado de odio. Se asemeja al de una jauría que, reforzada por su número, puede causar más daño que cualquier ladrido. A eso se ha reducido la libertad de expresión.
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