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Periodistas y monigotes


Pasados los humos de la contienda electoral, intenté comunicarme sin éxito con la alcaldesa electa de Oruro, Rocío Pimentel.
La conocí cuando ella era secretaria ejecutiva del Sindicato de Trabajadores de la Prensa de Oruro y en esa condición asistió a uno de los congresos nacionales de nuestro sector.
Ya entonces era una mujer firme y decidida. Su coraje le permitió salir airosa de conflictos posteriores como, por ejemplo, aquella campaña de desprestigio que se desató en su contra a raíz de las diferencias emergentes de la brega sindical.
Soportó dura pruebas y el domingo sorprendió al país al ganar las elecciones municipales en Oruro frente al favorito, Félix Rojas, del MAS.
Un triunfo amerita siempre una felicitación y más cuando se ha ganado como Rocío, frente a un aparato nacional diseñado para la captura del poder total y otro regional que pretendía mantenerse en el poder municipal.
Y aunque respeto y pondero ese triunfo, mantengo mi criterio de que los periodistas no deberíamos cruzar la línea para dedicarnos a la práctica profesional de la política.
Es cierto que los periodistas somos humanos y, bajo la lógica aristoteliana, todos somos políticos, pero, a la hora de analizar la función que cumplimos en la sociedad, el político profesional es el que vive del ejercicio de la política mientras que el periodista es el que debe informar tanto lo que hace aquel como el resto de su comunidad.
El periodismo nació de la política, de una decisión unilateral de Julio César, y mantiene su esencia política hasta nuestros días pero la popularización de la imprenta le otorgó una independencia tal que ya en el siglo XIX se estableció una línea deontológica que separa a uno de la otra.
El más controvertido político de la historia boliviana, Casimiro Olañeta, se sirvió del periodismo para sus fines pues fue quien manejó, tras bambalinas, el primer periódico oficial de nuestro país, “El Cóndor de Bolivia”. Desde Olañeta hasta nuestros días, cientos de bolivianos que aparecieron en algún medio periodístico y, consiguientemente, se hicieron conocer con la gente, se dedicaron a la política. Entre los casos más recientes, Marcelo Quiroga Santa Cruz fundó “El Sol”; Raúl Salmón saltó de la radio Nueva América a la Alcaldía de La Paz, Carlos Palenque fundó un partido político tras la clausura de su Sistema de Radio Televisión Popular y Carlos Mesa dejó Periodistas Asociados Televisión para ser vicepresidente y, posteriormente, presidente de la República.
Para la mayoría de los que pasaron la línea, la política fue un camino sin retorno. Los menos, particularmente aquellos que no tuvieron suerte en su incursión, volvieron a los medios como si nada hubiera pasado. Convivieron con la política un tiempo y, al no encontrar en esta lo que buscaron, retornaron al periodismo como quien vuelve con la primera esposa tras fracasar en su segundo matrimonio.
A Rocío Pimentel no le fue mal. Se lanzó a la política junto a su colega Mónica Aramayo y ahora las dos son autoridades del municipio de Oruro. Mónica, con quien sí pude hablar, me confesó que les duele dejar el periodismo y lo único que atiné a decirle fue que ambas tienen como fortaleza su inmenso cariño por su tierra.
La prensa boliviana recuperaría mucho de su credibilidad si los periodistas que deciden ingresar a la política entendieran que no deberían volver después porque su público, aquel que usaron como escalera para sus fines personales, no es su paño de lágrimas ni mucho menos su monigote.

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