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¿Y el litio?

Algo oscuro se esparce por el sudoeste potosino.
Las fotos que tomaron los enviados especiales del diario “La Prensa” para la revista “Somos” muestran un líquido negro, espeso y viscoso cubriendo la castigada tierra de la que emergen montículos de paja brava como islotes que pretenden respirar su última bocanada de aire.
Al promediar las 02:30 del 2 de junio de este año, una cisterna de la sociedad industrial Tierra S.A. que transportaba 15.000 litros de diesel se volcó cerca del río Sulor, afluente de Laguna Colorada, y derramó 5.530 litros de combustible afectando un área de 2.500 metros cuadrados. El hecho ocurrió a unos 500 metros de la laguna que, para entonces, ya estaba sufriendo los efectos de la sequía. Hasta las voces más mesuradas hablan de desastre ambiental pero el gobierno, ese que dice respetar a la madre Tierra, la Pachamama, le ha restado importancia al asunto. El hecho de que el presidente ejecutivo de Tierra, el belga Guillermo Roelants, sea el secretario general honorífico del Comité Científico de Investigación para la Industrialización de recursos Evaporíticos de Bolivia, dependiente de la Comibol, parece ser mera coincidencia.
Pero el diesel no es lo único oscuro que se ha cernido sobre aquella región potosina en la que también está el denominado Salar de Uyuni. Lo que parece hundido en la más negra bruma es el destino del litio existente en ese gigantesco yacimiento, el más grande del mundo.
Con salares que son diminutos comparados al boliviano, Chile y Argentina han iniciado carreras por separado para el aprovechamiento de su escasos yacimientos de litio. Pese a la pequeñez de sus reservas, el gobierno argentino ha destinado hasta 400 millones de dólares en el desarrollo de la industria del litio. Los resultados de ese interés no se han dejado esperar: Toyota, Mitsubishi y las canadienses Latin American Metals, Rodinia Minerals y Lithium One anunciaron inversiones que van desde 4,5 a 170 millones de dólares. Más aún, a través de su división Tsusho, Toyota ya se ha asegurado las provisiones de litio, del Salar de Olaroz, para sus primeros autos a batería.
En Bolivia, el gobierno boliviano ha descartado toda posibilidad de permitir el ingreso de capital ajeno a la futura industria del litio. “Queremos socios, no patrones”, dijo el presidente pero cuando los japoneses expresaron su predisposición a aceptar esas condiciones, igual les dijo no.
Hasta ahora, Bolivia ha invertido 8 millones de dólares en una planta piloto de carbonato de litio que tiene un avance del 80 por ciento.
Mientras, en el sudoeste potosino, la Federación Regional Única de Campesinos del Altiplano Sud ha anunciado que no participará en ningún proyecto departamental sobre el litio sino que impulsará el suyo, uno que tiene el rótulo de “autonomía regional”. La posición podría ser plausible pero existe la sospecha que detrás de esa organización están otros intereses, los mismos que apetecen el litio desde hace por lo menos 20 años. Si esa especulación es cierta, al igual que la que señala que esos intereses tienen una gran influencia en el gobierno de Evo Morales, existen razones para temer que, en efecto, algo oscuro se ha apoderado del sudoeste potosino y no es precisamente la mancha de diesel de Tierra S.A.

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