Una luz de humanidad pareció brotar del presidente Evo
Morales el domingo, en el acto de
firma de contrato para el proyecto de construcción de la Planta Industrial de
Carbonato de Litio, en Uyuni.
Un gesto, dos
disculpas. “Yo quiero decirles, de verdad, después de revisar su pliego de 26
puntos yo dije me causa risa, si exageré disculpen, discúlpenme compañeros de
Comcipo”, fueron sus palabras y allí, en medio de ellas estaban las dos
disculpas: “disculpen, discúlpenme”.
Cuando lo
escuché recordé a aquel Evo Morales que, en plan de candidato, ingresó a mi
oficina una vez con luces de esperanza en sus ojos. Pantalón negro de
mezclilla, suéter de lana de alpaca y la chamarra azul que después se
convertiría en uno de los uniformes del MAS, ese hombre reflejaba lo dura que
había sido su vida pero, al mismo tiempo, demostraba una confianza tal que
estaba seguro de que sería el próximo presidente de Bolivia. “Vos vas a ser
ministro de informaciones, compañero”, me dijo con una seriedad que me
confundió.
En ese momento, aquel humilde ciudadano personificaba el
cambio con el que soñaban muchos bolivianos: un hombre inteligente formado en
el fragor de las luchas sindicales y lejos de la imagen del político
tradicional que tanto daño le había hecho al país. Lucía sincero, era sincero,
y tenía ganas de trabajar por el país, por los excluidos.
Quizás esa visita pesó tanto que, debo confesarlo, voté por
él.
El encanto duró poco. El 24 de mayo de 2007, al concluir el
Quinto Encuentro de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad realizado en
Cochabamba, Evo Morales, convertido en gobernante de Bolivia, declaró que los medios
de comunicación eran “el primer adversario que tiene mi presidencia, mi
gobierno”. También fue un gesto pero beligerante, la declaración de una guerra
que dura hasta hoy.
¿Qué había pasado con aquel hombre sencillo y afable? Llevó
repitiéndome esa pregunta durante años y no encuentro respuesta.
Evo Morales cambió ni bien asumió el poder y asumió una
actitud de soberbia que persiste hasta hoy, más de nueve años después.
Si el presidente no se hubiera dejado llevar por esa
soberbia, esa “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias
prendas con menosprecio de los demás”, el grado de aceptación que aún tiene en
la ciudadanía boliviana estuviera en niveles realmente altos.
Si hubiera sido más Evo Morales y menos “jefazo”, sería un
presidente ejemplar que verdaderamente escucha al pueblo y gobierna con él. Sin
embargo, optó por el autoritarismo y la imposición y logró sembrar inquina en
sectores de la sociedad que jamás volverán a votar por él.
El conflicto potosino jamás hubiera alcanzado los niveles que tuvo
si el presidente hubiera tenido un gesto, uno solo, y, dejando de ser “jefazo”,
hubiese recibido a los cívicos.
Quizás las dos disculpas que lanzó en Uyuni son un síntoma de que
entendió que el conflicto fue mal manejado. Quizás… es difícil saberlo porque,
poco después, saltaron sus acólitos para reasumir la pose de soberbia que es la
característica predominante de este gobierno.
Un gesto, una luz. Lamentablemente, el destello es insuficiente
para disipar las sombras que la soberbia ha sembrado en este proceso.
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