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Medio matar

El ser humano es asesino por naturaleza.
No podemos negar que, si bien los hombres son el resultado de la evolución, de inicio fueron tan bestias y salvajes como los demás animales.
Y aunque el dato es poco difundido, el bestialismo de los seres humanos se ha quedado con ellos en un resabio de la evolución como es el cerebro primitivo. Durante la evolución, y a medida que el ser humano ganaba racionalidad y conocimientos, ese cerebro fue cubriéndose paulatinamente por capas cerebrales hasta quedar totalmente cubierto pero no desapareció del todo.
Evolución y todo, absolutamente todos los seres humanos nacen con ese cerebro primitivo que está cubierto por el otro, por el que todos conocemos y que recibe el nombre de neocórtex.
La neurociencia llama “cerebro de reptil” al cerebro primitivo porque en él están los instintos básicos de la supervivencia: el deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas agresivas tipo “pelea-o-huye”. Entre estas últimas está, en lo más profundo del cerebro primitivo, el deseo de matar.
Cuando el cerebro primitivo se impone sobre el neocórtex, el ser humano es capaz de cometer crímenes que lo equiparan a una bestia cualquiera: satisface su deseo sexual así sea a la fuerza, mediante la violación, y es capaz de quitarle la vida a otro.
Pero como el hombre civilizado se rige por el cerebro racional o neocórtex, el deseo de matar y de cometer otros crímenes es inhibido y sustituido por mecanismos alternos. En el caso del asesinato, el ser humano reemplaza la necesidad de cometerlo con la humillación.
Al humillar a otro ser humano, el hombre satisface su deseo de matar. No le quita la vida pero lo insulta, lo avergüenza… en fin… lo denigra porque de esa manera lo está matando moralmente, así sea por un instante.
Es ese deseo de humillación el que alimenta al racismo y hace que un oriental de piel clara se sienta bien al llamar “colla de mierda” a un occidental de piel oscura.
Es ese deseo de humillación el que conduce a las masas a coger a un acusado de asesinato para llevarlo a un lugar público en el que se lo somete a torturas. Cuando esa acción lleva al linchamiento, es obvio suponer que el bestialismo de los integrantes de una muchedumbre se ha impuesto a la racionalidad y triunfó el deseo de matar.
Es ese deseo de humillación el que se apoderó de muchos sucrenses el 24 de mayo y les llevó a coger a campesinos afines al presidente Evo Morales para llevarles hasta la plaza principal de Sucre, desnudarles y ponerse de rodillas… denigrarles.
Lo que hizo el presidente Morales la noche del martes 9 de diciembre, cuando hizo pasar a un periodista junto a la testera para humillarlo frente a decenas de cámaras de televisión, fue un acto de denigración.
Con esa acción, el Jefe de Estado mató moralmente al periodista durante unos instantes. Lo sometió a una situación incómoda… lo denigró. Fue un acto alevoso y premeditado, como lo es el asesinato cuando se prepara anticipadamente y se lo carga de saña.
Paradójicamente, la humillación pública ocurrió cuando faltaban apenas unas horas para conmemorar el 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El artículo 5 de dicha declaración dice que “nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes” y Evo Morales degradó al periodista de manera pública y hasta cruel porque crueldad era lo que brillaba en sus ojos cuando lo hacía.
El presidente de Bolivia violó un derecho humano pero eso no es novedad en un gobierno en el que la justicia se confunde con venganza. Lo que preocupa es que cada vez hay más pruebas de que, en ese gobierno, el cerebro primitivo se impone al neocórtex que, desde luego, no es ningún neoliberal.

10-XII-2008

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