El 28 de febrero de 2010, cuando imágenes de Valparaíso, O’Higgins, Maule y hasta del área metropolitana de Santiago mostraban a un país parcialmente devastado por un feroz terremoto, muchos bolivianos se sorprendieron al saber que el gobierno chileno había rechazado la ayuda del exterior para enfrentar la catástrofe.
Poco después, el 3 de marzo, la mismísima Michelle Bachelet se encargó de aclarar que no se había rechazado la ayuda sino que se pidió un margen de tiempo para evaluar la situación y levantar una lista de los que necesitaba.
Con todo, aquella era una actitud digna. Afectado por una de las peores tragedias de su historia —el terremoto fue el segundo más fuerte en su historia y uno de los cinco peores en la historia de la humanidad—, Chile no quería recibir a manos llenas, como suele pasar con la mayoría de los países castigados por los desastres naturales, sino sólo lo necesario.
Es cierto que hubo campañas para socorrer a los damnificados pero el grueso de lo recaudado provino de los propios chilenos. La Fundación Teletón, que reunió el doble de la suma fijada como meta, le puso a su campaña un nombre más que significativo: “Chile ayuda a Chile”.
¿Soberbia? De ninguna manera. Para conocer a los chilenos es preciso viajar a Chile, caminar por sus calles y avenidas, beber su vino, degustar sus comidas y hablar con ellos. Si uno tiene la suerte de hacerlo, llegará a la conclusión de que la forma de ser de los chilenos está muy lejos de aquella que nos formamos con los pantagruélicos cuentos escolares sobre los hombres malos que nos robaron el mar.
Los chilenos son hombres trabajadores, metódicos y organizados que, por eso mismo, viven en ciudades bien ordenadas. El terremoto de febrero desató saqueos pero, al final, estos fueron superados e incluso muchos de los que cedieron a la tentación del robo terminaron devolviendo lo hurtado.
Su rigurosidad y orden permitió que la reconstrucción de los barrios afectados por el terremoto se cumpla en plazos menores a lo previsto. Fue por eso que cuando el actual presidente, Sebastián Piñera, anunció que el rescate de los 33 mineros atrapados en la mina San José se iba a realizar en una fecha anterior a la originalmente fijada, no me sorprendí y hasta me atreví a predecir que habría más anticipos.
El rescate comenzó días antes de lo previsto, horas antes de lo previsto y terminó en un tiempo menor al que se había anunciado. Otro ejemplo de la efectividad y cultura de los chilenos.
Con razón, dijeron otros, sus elecciones se hicieron de manera tan ordenada, sin disturbios ni resentimientos por el cambio de posta de los socialistas a los conservadores. Con razón vencedor y vencido aparecieron juntos ante la gente para confirmar los resultados.
El operativo San Lorenzo es un ejemplo para el mundo no sólo por sus resultados sino su alto grado de humanidad. Mientras los hundimientos en minas son la principal causa de la muerte de obreros en varios países, incluido el nuestro, Chile decidió hacer hasta lo imposible para sacar con vida a los 33 mineros de San José. Así demostró, una vez más, su respeto por la vida y por su gente.
Convencido como estoy de que todos los países americanos sufrieron un innegable proceso de mestizaje, creo que en el ser de los chilenos está mucho de la fuerza y rebeldía de los mapuches, ese pueblo valeroso que resistió a los incas y españoles y ahora continúa resistiendo a los terratenientes que, más allá del valor y la efectividad, siguen siendo los dueños de Chile.
Cuando Chile, que ya es país líder en la región, repare las injusticias que comete con los mapuches, habrá rescatado aquella porción de dignidad que perdió en la historia y dado un paso más hacia la perfección.
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