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¿Cuál Alto Perú?


Que un ciudadano común destile ignorancia mediante los medios de comunicación es comprensible hasta cierto punto —porque lo ideal sería que eso jamás ocurra— pero el disparate es imperdonable si es que proviene de un jefe de Estado.
Un jefe de Estado no es un ciudadano común. Es la persona a quien se delega el mando del país y, por tanto, representa a todos quienes habitan en él, incluso a los de las logias que no quieren que vaya a la Expocruz. Cuando el jefe de Estado habla, se entiende que lo está haciendo a nombre de todos nosotros. Si se equivoca, nos está arrastrando a todos con su error.
Por eso es que el presidente Evo Morales nos avergonzó muchas veces con peroratas sobre la colonización y aquel anti-hispanismo que desapareció como por arte de magia ante la condonación de la deuda bilateral por parte de España.
Por eso es que cuando el presidente Evo Morales dijo que Juana Azurduy de Padilla había nacido en Potosí, este ingenuo periodista le creyó y actuó en consecuencia (para después enmendar el equívoco con carácter de urgencia).
Y como dicen que mal de muchos es consuelo de tontos, encontré alivio a la mayoría de mis vergüenzas cuando leí las declaraciones del presidente de Perú, Alan García, sobre la disputa en torno al origen de la Diablada y el Ekeko.
Pues sí. La disputa es “extravagante”, porque las autoridades culturales de Bolivia y Perú deberían de ocuparse de mejores cosas, pero de ahí a cambiarle el nombre a este país hay mucha distancia.
“¿Cómo se llamaba ese país antes?”, preguntó García a los medios refiriéndose a Bolivia y él mismo dio la respuesta: “Se llamaba el Alto Perú”.
Si el presidente peruano hubiese estado en un programa de preguntas y respuestas, hubiera escuchado cosas como “¡NO!, ¡FALSO!, ¡EQUIVOCADO!”.
El apelativo “Alto Perú” fue endilgado a esta parte de Sudamérica para diferenciarlo del que estaba más próximo a las costas y, por tanto, a menor altura en relación al nivel del mar. Muchos historiadores lo utilizaron equivocadamente pero jamás fue un nombre.
Durante el Tawantinsuyo, el territorio que hoy es Bolivia era una unidad geográfica y política llamada Kollasuyo. Durante la colonia, la corona española le dio el nombre de Charcas para pagar una traición, de la que hablaremos en algún momento en esta columna, pero nunca le llamó “Alto Perú”. Otro nombre que se utilizó fue Nueva Toledo pero el más extendido, y el que aparece en documentos oficiales de la época, fue Charcas.
Ya en 1851, José María Dalence advirtió que “lo cierto es que ni en las leyes españolas, ni en sus historiadores, se da a lo que hoy es Bolivia otro nombre que el de Charcas” y ya en nuestros tiempos, Josep Barnadas puso punto final a la polémica con el ensayo “Es muy sencillo: llámenle Charcas”.
Es que realmente es muy sencillo… quien quiera conocer las razones científicas por las que no se debe utilizar el apelativo “Alto Perú” no tiene más que leer ese trabajo que, pese a ser completo, abarca pocas páginas.
Lo que no creo que sea tan sencillo es averiguar el grado de instrucción de nuestros presidentes. Se entiende que Evo Morales tenga limitaciones, debido a que no tiene estudios superiores, pero ¿debemos seguir iguales de indulgentes con un abogado que estudió en la Pontificia Universidad del Perú, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de París?
Al parecer, si de concursos de orejas se trata, los títulos —universitarios o de jefes de Estado— no son suficientes para salvar a los que se delatan solos con sus rebuznos.

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