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...de granja


¿Será genético el odio que Evo Morales tiene a los pollos de granja?
Hace poco menos de un año, cuando una comisión de la Sociedad Interamericana de la Prensa llegó a Bolivia a verificar si se respetaba el derecho de los periodistas a informar, el presidente dijo que estos últimos son unos maleducados que no saben comportarse en una conferencia de prensa. “Parecen una granja de pollos —dijo—. Cuando tienen que preguntar, todo el mundo grita, como los pollitos de la granja; y no se entiende nada”.
Muchos colegas se indignaron por el episodio pero, a pesar de que me gusta la chicha, yo me lo tomé con Coca Cola. Me pareció divertido porque, después de todo, una granja de pollos no es precisamente un criadero de animales sino una fábrica de carne en la que esas pobres aves son alimentadas durante tres semanas para luego ser sacrificadas y vendidas en cantidades industriales. Si realmente Evo estaba bien educado sobre el tema como para usarlo de metáfora, quizás comparó las granjas de pollos con aquellos medios de comunicación social en los que no se paga sueldo a los periodistas y lo único que se hace es sacarle tajada a la publicidad.
El asunto ya había pasado al olvido hasta el 20 de abril cuando, al inaugurar la Primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático, el jefe de Estado volvió a arremeter contra las sufridas e inocentes aves: “el pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres”.
Si las hormonas son sustancias segregadas por glándulas especializadas, ¿es posible producirlas de otra manera? Sí: sintéticamente pero su efecto no es el mismo que el de las naturales. Así, las hormonas femeninas, los estrógenos y progestágenos, son producidos artificialmente para inhibir o estimular los esteroideos, pero la industria avícola ha demostrado que, por una parte, no son utilizados en la alimentación de los pollos de granja —particularmente por su alto costo— y, por otra, los efectos secundarios de la ingesta de esos animales son inocuos.
Por tanto, culpar a los pollos de granja por el homosexualismo no sólo es una gran inexactitud sino que denota homofobia; es decir, aversión, odio, prejuicio o discriminación contra hombres y mujeres homosexuales o por lo menos intolerancia —uno de los sellos de este gobierno— hacia ese colectivo.
Así como se ha probado científicamente que los pollos de granja no se alimentan de hormonas femeninas, hace mucho que las ciencias dejaron de considerar al homosexualismo como una enfermedad. La tendencia o atracción hacia personas del mismo sexo no es un resultado social ni la consecuencia de ingesta de hormonas sino que es tan antigua como la humanidad. Entre los griegos antiguos, por ejemplo, era tan común que se la puede encontrar regada en su mitología. ¿Acaso no fue Patroclo el amante de Aquiles?
La homosexualidad es una orientación sexual que, al final, se traduce en una decisión personal.
Las organizaciones de homosexuales, gays, lesbianas, transexuales y bisexuales piden una rectificación al gobierno boliviano pero este ya respondió minimizando el asunto y hasta exigió que, al hablar de la conferencia sobre el clima, la prensa se ocupe de cosas más importantes.
Pero es que la homofobia que Evo Morales dejó escapar en su ataque a sus odiados pollos de granja no es una cuestión superficial ni anecdótica. Es una prueba más de que en el gobierno existen tendencias que cultivan el odio y, aunque no sea genético ni hormonal, ese es un problema de fondo que debería preocupar a todos los bolivianos.

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