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Cháchara

Este artículo estuvo a punto de no ser escrito.
Si me permiten la sinceridad, creo que estoy perdiendo el tiempo porque siento que lo que aquí se publica no tiene efecto alguno.
Al parecer, esta columna tiene el mismo destino que las palabras que suelto en las conversaciones con los colegas o los amigos sobre la coyuntura política.
En esas charlas, suelo hablar del peligro que se cierne sobre la libertad de expresión, de la conversión del Ministerio Público en un agente de represión y del afán que tiene el Gobierno de copar todos los espacios de poder.
Insisto tanto en esos temas que aburro. Al final, la gente opta por dejarme hablar y, cuanto termino, pasa a otra cosa. La deslenguada no tuvo efecto y me hubiera ido mejor si no abría la boca.
Lo de la libertad de expresión, por ejemplo, es un asunto en el que vengo machacando desde hace varios años pero nunca obtuve buenos resultados. Recuerdo haber advertido en un congreso de la prensa que el entonces anteproyecto de Ley del Ministerio Público atentaba contra el derecho a la información porque incluía la confidencialidad; es decir, la posibilidad de que los fiscales se nieguen a proporcionar información sobre las investigaciones en curso pero nunca se hizo nada para evitar que se apruebe en ese sentido.
La conversión del Ministerio Público en un órgano represor es más reciente. Lo expuse en una asamblea y hasta pedí que se apruebe una resolución en la que se advierta expresamente a la gente lo que estaba pasando pero, luego de mi cháchara, mis interlocutores pasaron a otra cosa.
Y aunque suena horrible el “se los dije”, no me queda otra cuando, más pronto de lo previsto, las advertencias se convierten en realidades.
En abril de este año escribí que el Gobierno estaba actuando como Ulises cuando retornó a su casa: se quitó el disfraz de mendigo y eliminó a todos sus enemigos. Lo dije porque, en mi criterio, las investigaciones contra políticos de oposición forman parte de un plan destinado a descabezar todas las plazas de poder que no son controladas por el MAS.
No faltó quien me acusara de “exagerado” y, por el lado oficialista, llovieron las acusaciones de “derechista”, “vendido”, “imperialista” y otras que no recuerdo en este momento… ah, sí… los áulicos del gobierno defendieron esa actitud y calificaron de “alcahuetes de los alcaldes” a quienes la cuestionaban.
No pasó ni medio año y los hechos demuestran que nadie exageraba: varios alcaldes fueron tumbados mediante el sencillo mecanismo de la acusación fiscal y hay otros más en una lista que incluye a gobernadores de oposición.
Acosado con el garrote de la Contraloría, el alcalde de La Paz denuncia una ofensiva gubernamental para tomar ese gobierno municipal pero tampoco causa el efecto deseado… Pobre… yo sé cómo se siente ser ignorado.
En Potosí, donde el Gobierno se dio el gusto de alejar a Joaquino de su silla, los concejales que se resistieron a suspenderlo de inicio ya han recibido la notificación de que están siendo investigados por incumplimiento de deberes. ¿Tienen motivo para preocuparse?... ¡Desde luego!... este Gobierno no está jugando.
La estrategia masista no sólo es efectiva sino también completa porque no sólo incluye a rivales actuales sino también a futuros. Ya se logró anular judicialmente a Jorge Quiroga y hay acusaciones pendientes contra otros ex presidentes.
Y así, a paso seguro, el MAS copa todos los espacios de poder pero a la gente parece importarle poco.
Los que cuestionan lo que ocurre son “derechistas, “vendidos”, “imperialistas”, “oligarcas”, “alcahuetes” y “enemigos del cambio”.
Es mejor no decir nada. Total… al final nadie nos hace caso.

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