Un sacerdote franciscano provocó estupor esta semana al afirmar, con una pasmosa tranquilidad, que San Bartolomé, uno de los 12 apóstoles de Cristo, estuvo en el territorio que hoy es Bolivia donde no sólo sufrió martirio sino también encontró la muerte.
Más allá de las consideraciones historiográficas e historiológicas, si esa versión fuera cierta obligaría a revisar toda la Historia de la Humanidad o por lo menos la Historia Sagrada porque significaría que el referido apóstol llegó a América más de 1.400 años antes que Cristóbal Colón.
Ese solo detalle debería bastar para que las afirmaciones del religioso se conviertan en un notición, con repercusión internacional incluida, pero esa es una regla que tiene su excepción en Bolivia.
La historia de nuestro país fue escrita de tal manera que es fácil encontrar baches que pueden llenarse con una investigación más o menos rigurosa.
Debido a ello, en los últimos años surgieron revelaciones que, por su importancia, ameritaban una re-escritura de nuestra historia pero no pasaron de la exposición en una conferencia especializada.
La cantidad de esas revelaciones es tal que se necesitan tomos enteros para detallarlas así que sólo citaré dos casos para justificar las afirmaciones del anterior párrafo.
El primero tiene importancia nacional porque está relacionado con la Guerra del Pacífico. Como nos contaron en la escuela, el presidente Hilarión Daza recibió la noticia de la invasión del Litoral pero la ocultó al país por no interrumpir las fiestas del Carnaval. Ya en plena campaña, por razones que nunca fueron bien explicadas, cometió el delito de traición a la Patria cuando ordenó el repliegue de las tropas bolivianas que habían llegado hasta Camarones.
Muchos historiadores rebatieron la disparatada versión. Ya a mediados del siglo XX, el Departamento de Cultura de la Universidad Autónoma Tomás Frías publicó un opúsculo de Luis Subieta Sagárnaga en el que se afirmaba, con el sustento de pruebas documentales, que el asesinato de Daza fue una conspiración, probablemente para evitar que demostrara su inocencia en el desastre de la Guerra del Pacífico.
El segundo caso le interesa más a Potosí y tiene que ver con José Alonso de Ibáñez, el más importante protomártir de la independencia de esta región del país.
A fines de la década del ‘70, el historiador Mario Chacón Torres encontró el certificado de nacimiento del protomártir y descubrió que su verdadero nombre era Alonso Yánez. Adicionalmente, encontró que Yánez no fue capitán de los vicuñas puesto que su sublevación contra los españoles estalló antes de la guerra civil en el Potosí del siglo XVII.
Pese al tiempo transcurrido desde esas revelaciones, la Historia sigue enseñándose en las escuelas y colegios con las mismas mentiras; es decir, con la supuesta traición de Daza y la guerra de Vicuñas y Vascongados en la que Alonso de Ibáñez era “el gran capitán”.
¿Cómo es que a los profesores de Historia no se les ocurre cambiar el contenido de los textos estudiantiles o, por lo menos, enseñar las cosas como realmente fueron?
La verdad es que no tendríamos que culparles por esa negligencia ya que los periodistas incurrimos en lo mismo.
Esta semana, cuando el sacerdote lanzó su tesis sobre San Bartolomé, hablé con los jefes de redacción de otros diarios para que le dieran importancia a la noticia pero, pese a admitir que era “interesante”, los más le negaron un lugar en sus páginas.
Por tanto, que nadie se queje si los llamados pueblos originarios alimentan su odio con la historia mal contada de la conquista. Si los mestizos “leídos y escribidos” cerramos nuestros ojos a la verdad, ellos tienen derecho a hacer lo propio.
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