En 1983, Radio Caracas Televisión (RCTV) —la red cuya licencia en señal abierta fue cancelada por el gobierno de Hugo Chávez— estrenó la telenovela “Leonela”, la historia de una exitosa abogada que estaba a punto de casarse cuando fue brutalmente violada por un hombre humilde.
El culebrón tiene curiosos antecedentes: fue inicialmente filmada y difundida en Perú con tanto éxito que RCTV adquirió los derechos de su autora, Delia Fiallo, para la producción que se estrenó en Venezuela y es la que llegó a nuestro país. Posteriormente, Perú volvió a producirla en una versión con la mexicana Mariana Levi en el papel de Leonela Ferreira y un conocido de Bolivia, Diego Bertie (protagonista de las películas nacionales “El atraco” y “Los Andes no creen en Dios”) como Pedro Luis, el violador.
La telenovela me vino a la mente cuando miraba las imágenes del cerco que las organizaciones sociales afines al MAS —ahora reforzadas por los cocaleros— le impusieron al Congreso boliviano.
El diario La Prensa de La Paz recordó que este es el tercer cerco que dichas organizaciones imponen al Poder Legislativo. El primero fue el que obligó al Parlamento a aprobar los contratos con las empresas petroleras y el segundo el que consiguió la aprobación forzada de la Ley que creó la Renta Dignidad.
Con esos antecedentes, habrá que aceptar que las leyes naturales de la política han cambiado en Bolivia: el debate político, cuyo escenario natural es el Congreso, ha sido reemplazado por el mecanismo de la presión. En otras palabras, ahora los objetivos se alcanzan por la fuerza.
A riesgo de parecer exagerado, creo que eso se parece a una violación sexual.
En una relación normal, un hombre consigue tener acceso carnal con una mujer mediante la seducción; es decir, tiene que convencerla de ceder a sus pretensiones. Lo anormal es el uso de la fuerza que, si de sexo se trata, se produce cuando la mujer no quiere tener relaciones pero el hombre la fuerza a ello. El grado de violencia puede tener variantes pero, sin importar en qué medida se utilice, el sexo forzado es una violación.
Ahora bien, si se obliga a alguien que haga algo que no quiere, si se fuerza a que lo haga o lo acepte, ¿no se parece eso a una violación?
El Diccionario de la Real Academia Española utiliza dos palabras para referirse a las presiones: coerción y coacción. La coerción es la “presión ejercida sobre alguien para forzar su voluntad o su conducta” y la coacción es la “fuerza o violencia que se hace a alguien para obligarlo a que diga o ejecute algo”. Empero, la segunda acepción de coacción es el “Poder legítimo del derecho para imponer su cumplimiento o prevalecer sobre su infracción” así que la única presión admisible para la ley es la que emana de esta.
Política y jurídicamente, las presiones ejercidas sobre el congreso son coacciones y coerciones que, por eso mismo, podrían dar lugar a nulidades.
Para hombres comunes como yo, lo que hicieron y hacen las organizaciones sociales con el primer poder del Estado es violarlo —¡y repetidas veces!—.
En la telenovela cuyo nombre lleva este artículo, la mujer violada termina enamorándose de su violador. Como bien saben las organizaciones que atienden a las víctimas de violaciones sexuales, esos casos son escasísimos. Por lo general, las mujeres que sufrieron esos vejámenes quedan marcadas de por vida pues no sólo sufren daños físicos sino también psicológicos.Los hombres comunes como yo esperamos que las repetidas violaciones al Congreso tengan un final de telenovela y no se conviertan en una tragedia griega o, a tono con el actual gobierno, en una tragedia “originaria”, con “justicia comunitaria” de linchamientos incluida.
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