“Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos”.
Con esas pocas palabras, el Evangelio de San Mateo describe uno de los capítulos más sangrientos y polémicos de la Historia Sagrada: la matanza de los inocentes.
¿Habrá ocurrido realmente ese genocidio? Los historiadores lo ponen en duda por varias razones pero las principales son dos. Por una parte, es poco probable que un crimen de esa magnitud no haya provocado una justificada reacción popular contra Herodes ¿Hubieran admitido los habitantes de Belén, por muy sojuzgados que estuvieran, que sus hijos sean asesinados así nada más? Por otra parte, el Evangelio atribuido a Mateo es el único que refiere la matanza ya que los otros tres no mencionan ese episodio.
Más allá de la rigurosidad histórica, lo cierto es que la matanza de los inocentes ha inspirado una serie de escritos y manifestaciones artísticas. Por ejemplo, en un manuscrito del siglo X que se conoce como Codex Egberti aparece una ilustración de autor anónimo con un título más inquietante todavía: “la degollación de los inocentes”.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, “degollar” es “cortar la garganta o el cuello a una persona o animal” pero también significa “destruir, arruinar”.
Al escuchar la palabra “degollación” no pude evitar pensar en aquellos animalitos que fueron sacrificados por los “ponchos rojos” hace ya más de un mes. Si “matanza” es “acción y efecto de matar”, aquella también fue una “matanza de inocentes” porque si ni siquiera nosotros comprendemos hasta ahora cuáles fueron las razones de aquellos campesinos para un acto tan cruel y salvaje, ¿cómo lo entenderán esas pobres criaturas que no tenían culpa de nada, mucho menos de la división que está a punto de destruir a nuestro país?
Porque aquí el problema es la división, ese “empate catastrófico” al que hizo referencia el vicepresidente García Linera, esa polarización marcada y esa necedad de uno y otro bando de no ceder siquiera un milímetro en sus posiciones.
Con esa actitud, tanto el gobierno como los prefectos, tanto el occidente masista como la “media luna”, están degollando a Bolivia con la misma sordidez que los “ponchos rojos” a los perros. La están degollando porque su actitud conduce a “destruir, arruinar” a “esta tierra inocente y hermosa que ha debido a Bolívar su nombre”.
Los “ponchos rojos” mataron a inocentes un día, el 22 de noviembre de 2006, y Herodes mandó a matar a inocentes otro día no precisado en la historia. Con su actitud divisionista y de confrontación, el gobierno, los prefectos y quienes les apoyan matan inocentes cada día. El primer inocente es el país, al que destruyen y arruinan cada día, y los demás somos los ciudadanos bolivianos, aquellos que no tenemos nada que ver ni con uno ni con otro bando pero estamos metidos en medio de todo, en el fuego cruzado, a riesgo de que nos alcance una bala perdida.
Es probable que la matanza de los inocentes atribuida a Herodes el Grande no sea un episodio histórico en toda la extensión de la palabra y hasta es probable que el Evangelio atribuido a Mateo no haya sido escrito por él. Lo que sí es cierto es que, haya ocurrido o no, la actitud del rey de Judea, Galilea, Samaria e Idumea se puede enmarcar en la dictadura, la autocracia y la intolerancia mientras que Jesús, el niño al que intentaba matar, fue quien después predicó paz y amor y, en una muestra de su tolerancia, admitió en su grupo a prostitutas y cobradores de impuestos como Mateo Leví, el supuesto autor del primer Evangelio. ¿A quién quieren parecerse ustedes, señores políticos?
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