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…un carnaval

Mientras usted lee estas líneas, el Carnaval recién ingresa a su auge en varias provincias de Bolivia.
Aunque el detalle podría ser utilizado para referirse a la vocación divisionista de Bolivia, en realidad obedece a los ciclos agrícolas que suelen coincidir con celebraciones universales como la de las carnestolendas.
Debido a ello y a las lógicas diferencias culturales, el Carnaval se celebra de diferentes maneras en Bolivia y sus fechas de inicio y finalización son diferentes. Desde el punto de vista despectivo, resultado acertado decir que “el Carnaval de Bolivia es todo un carnaval” en referencia a las muchas informalidades y desórdenes que caracterizan a esta fiesta.
Y la verdad es que mientras el Carnaval gana en orden, tamaño y boato en otros países, los bolivianos siempre encontramos la manera de complicarlo un poco más.
Les ocurrió a los cruceños, hace algunos años, cuando algún imbécil tuvo la estúpida idea de prohibir las danzas occidentales en el carnaval de aquel Departamento. Hasta este año, creímos que nada ni nadie podrían superar esa babosada pero, de pronto, los organizadores del Carnaval de Oruro nos demostraron que nunca se dice la última palabra en cuestión de imbecilidades.
Desde luego que ninguna de esas actitudes discriminatorias prosperó ya que, si los cruceños retrocedieron en su actitud claramente racista, con mayor razón tuvieron que hacerlo los orureños y, de esa manera, el Carnaval en homenaje a la Virgen de la Candelaria transcurrió tan normalmente como en años anteriores. Y aunque el río discurrió por su habitual cauce, quedó el sabor a desorden e improvisación que nos hizo admitir que, efectivamente, “el Carnaval de Bolivia es todo un carnaval”.
Ahora bien, ¿esa tendencia al desorden, a la complicación y enrevesamiento será propia sólo de los carnavales? Una simple revisión a nuestra historia demuestra que no. Lamentablemente, los bolivianos somos expertos en perturbarlo todo, incluso las más sobrias celebraciones religiosas.
Así, convertimos la fundación de Bolivia en todo un carnaval cuando los diputados de la Asamblea Deliberante decidieron que el territorio de Charcas no formaría parte ni de la Argentina ni del Perú y se constituiría en república independiente.
Convertimos el asunto de la capitalidad en un carnaval porque no resolvimos el asunto en su momento y los dejamos librado a los vaivenes de la política.
Convertimos las guerras en un carnaval porque, mientras nuestras tropas marchaban al frente, los políticos se serruchaban el piso en las ciudades.
Convertimos la Reforma Agraria en un carnaval cuando distribuimos tierras indiscriminadamente y dimos paso a una nueva forma de propiedad: el “surcofundio”.
Convertimos la democracia en un carnaval porque aprobamos el sufragio universal pero convertimos el voto en una mercancía.
Incluso convertimos a las dictaduras en un carnaval porque parcelamos el país, regalamos tierras a inmigrantes croatas y las usamos como moneda para pagar los servicios de los nazis que nos enseñaron a torturar. No faltó el payaso que, mientras el país se desangraba, tuvo la imbecilidad de pedirle al dictador las medidas de su pantalón para fines que nunca quedaron claros.
Y así llegamos a este 2008, cuando todos nos pusimos a carnavalear nuevamente mientras el país se resquebrajaba por afanes divisionistas. Y mientras unos hablaban de estatutos autonómicos, otros anunciaban la fundación de nuevas ciudades con el fin de enfrentar a aquellos.
Por tanto, no debemos preocuparnos cuándo comienza el Carnaval o cuándo termina. Bolivia es un eterno carnaval y, como se ha visto desde su fundación, los responsables del relajo no son los precisamente los pepinos sino otro tipo de payasos: sus políticos.

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