NOMBRE DE LA COLUMNA: SURAZO
TÍTULO DEL ARTÍCULO: ¿Cuándo se jodió Bolivia?
NOMBRE DEL AUTOR: Juan José Toro Montoya
CARACTERES: 3.716
En octubre de 2003, cuando la quemazón de edificios públicos rebasó los límites de la sede de gobierno, los tanques salieron a las calles y los muertos comenzaron a contarse por decenas, la sensación de fatalismo que inundaba al país se vio graficada en un presentador de noticias de la televisión que, saliéndose del libreto, tomó la mano de su compañera y pidió a los televidentes que se pongan a rezar.
Pero ni siquiera entonces se habló de desastre total. Era precisamente la televisión la que mostraba a personas rescatando personas en medio de gases lacrimógenos y disparos pero los bolivianos sentíamos, muy en el fondo, que el país todavía tenía remedio. Quizás algo ayudó aquel ciudadano que se cubrió el cuerpo con una bandera boliviana en medio de la batalla.
“Bolivia tiene la extraña virtud de vivir siempre al borde del abismo pero jamás se cae”, dijo alguien y después, cuando Sánchez de Lozada escapaba como una rata y Mesa juraba en el Congreso sentimos que esa frase era cierta. Era la calma después de la tormenta, el amanecer que disipa las sombras de la noche. Una vez más, Bolivia se había salvado de caer en el abismo.
Pero el sábado, cuando decenas de campesinos fueron desnudados y humillados en Sucre, la sensación —por lo menos la mía— fue diametralmente distinta.
No. Bolivia no es el país que vive siempre al borde del abismo y nunca se cae. En realidad, Bolivia se cayó hace mucho y los picos de violencia a los que llegamos con cierta periodicidad no son más que síntomas de las lesiones que nos causó la caída.
Y esa certeza no tiene nada que ver con Sucre porque, como quedó demostrado en varios artículos aparecidos en esta misma columna, yo estoy convencido de la legitimidad de las demandas de ese pueblo, sé que su exigencia de capitalidad plena es justa y en los últimos meses aprendí a respetar el grado de unidad y cohesión al que llegaron sus habitantes.
El detalle es que la humillación a los campesinos fue la gota que colmó un vaso que estuvo llenándose hace mucho. Se alimentó con acciones de barbarie como los muertos de Cochabamba en enero del año pasado, la degollación de perros en Achacachi y los luctuosos sucesos del noviembre negro de Sucre pero, fundamentalmente, se llenó con todas y cada una de las acciones de racismo que se sucedieron a lo largo y ancho del país.
Sí. Bolivia se cayó de bruces en el fondo por el racismo, esa anacrónica exacerbación que fue causa de muchas guerras en el planeta.
Bolivia es un país racista, tanto que ha convertido el adjetivo “indio”, que originalmente era un gentilicio, en un insulto que obliga a utilizar equivocadamente la palabra “indígena”.
Son tan racistas los orientales que espetan la frase “indio de mierda” como los occidentales que actúan directamente contra lo que no sea andino. Sé que en El Alto la gente ha comenzado a incomodar a los habitantes de esa ciudad que no tienen la tez morena llamándolos “qaras de mierda”. ¿En qué se diferencian uno y otro?
Es ese racismo el que, entre otras cosas, evita que esta crisis encuentre alguna solución ya que el odio entre los bandos ha superado todos los niveles de la racionalidad.
Por eso es que ocurren episodios como los de la humillación en Sucre, los ataques a andinos en el referendo de Santa Cruz o el surgimiento de hordas asesinas en Pucarani y Epizana.
Sí. Bolivia se cayó y ahora el desafío es averiguar cuándo. No fue en Sucre, Santa Cruz, Cochabamba, Pucarani o Epizana, ni siquiera en febrero u octubre de 2003. No fue durante las brutales dictaduras o en todas las guerras a las que fuimos a perder. No fue en los brutales crímenes racistas de Ayo Ayo, al terminar la guerra civil.
Temo que este país se jodió al nacer porque, cuando lo hizo, ya estaba muerto.
28/V/2008
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