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Lugares macabros

Saltan a nuestra vista con profusión de violencia que puede traducirse en incendios, terremotos o enfrentamientos. A veces se pintan de rebelión con rostros de hombres enfurecidos que enfrentan a uniformados y a veces, las más de las veces, se pintan de muerte. Parecen infiernos de Dante, lugares salidos de la mente de algún afiebrado escritor que no es del Re-nacimiento sino de la re-defunción.
Parecen lugares de muerte pero son lugares como cualquier otro.
Los vemos un momento y a veces ni los vemos porque sólo leemos o escuchamos sus nombres. Si los vemos es sólo como marcos de la escena de muerte, destrucción o violencia que nos muestran los periódicos o la televisión.
Son los lugares ignorados para la prensa, aquellos que nunca salen en las noticias y, si aparecen de pronto, es porque allí hubo un cataclismo, una revuelta, un accidente…
Así, ¿quién de nosotros escuchó hablar de Wenchuan, en China, sino hasta el 12 de mayo de este año, cuando se informó de un terremoto que causó la muerte de unas 70.000 personas?
San Cristóbal de las Casas fue una de las primeras ciudades construidas en las colonias españolas y se hizo célebre por la labor de Fray Bartolomé de las Casas pero no salió en las noticias sino hasta el 1 de enero de 1994, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se alzó en armas contra el gobierno mexicano.
En Bolivia, la agenda mediática estuvo copada por La Paz, Cochabamba y Santa Cruz hasta que Sucre salió del anonimato pero no por su importancia implícita sino la violencia que aparejó la Asamblea Constituyente. De pronto, los muros blancos de la hasta entonces pacífica ciudad comenzaron a aparecer en periódicos y la televisión pero como marcos de escenas de violencia: manifestaciones, quema de llantas y enfrentamientos.
Cobija, aquella ciudad a la que los bolivianos deberíamos estarle agradecidos por cuidar nuestra soberanía en la frontera con Brasil, sólo salió en los noticieros cuando los narcotraficantes comenzaron a cobrar vidas humanas. Pero no salió su selva, no salieron sus ríos o sus apacibles gentes… salieron los cadáveres de los ajusticiados.
En el caso de Potosí, hace mucho que renuncié a anunciar las noticias del periódico que dirijo para que se incluyan en la red de diarios de la que formamos parte. Si se publican, muy rara vez ocupan áreas de apertura y es muy extraña la vez que nos piden fotos.
De pronto, los mineros incendian el edificio de Impuestos Nacionales y todo el mundo nos pide información. La noticia se difunde hasta en CNN y Potosí, la ciudad que un día fue el centro económico del mundo, sale del anonimato por unos minutos. Al día siguiente, Potosí es apertura de todos los periódicos del país. No… miento… no Potosí sino el incendio ocurrido en Potosí.
Es cierto. La violencia es uno de los factores de interés de la noticia y, al seleccionar notas para espacios lógicamente limitados, esta suele ganar terreno pero… ¿debemos llegar a los extremos de acordarnos de ciertos lugares sólo cuando estos están ardiendo, cuando un terremoto los ha devastado o cuando hubo enfrentamientos con pérdida de vidas humanas?
Esta es una reflexión que me quedó pendiente aquella vez del incendio del edificio y resurgió cuando otro drama ocurrido en Potosí apareció en todas las tapas de los diarios bolivianos.
Esta vez no fue un incendio sino un accidente, uno que cobró la vida de medio centenar de campesinos cuyos cadáveres aparecieron en todos los periódicos, particularmente en el mío, como si fueran cuerpos a la espera de nosotros, los carroñeros de la información.


9-VII-2008

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