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Agujero negro

A las 04:36, hora boliviana, del miércoles 10 de septiembre de 2008, el Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN, por sus siglas en francés) puso a funcionar oficialmente un gigantesco aparato denominado Gran Colisionador de Hadrones (Large Hadron Collider o LHC).
Como se trata de un experimento de física, una ciencia a la que siempre le saqué el cuerpo, me costó mucho entender cómo funciona el aparato que, según algunos científicos, podría desencadenar nada más y nada menos que el fin del mundo.
Tras la lectura infructuosa de cables noticiosos y texto poco claros, sólo pude aproximarme al entendimiento del asunto tras leer la columna de Francesco Zaratti que, como físico brillante que es, lo expuso de manera breve y clara.
Zaratti me enseñó que el LHC es “una pista circular de 26 km de circunferencia, a centenas de metros bajo la superficie de la frontera franco-suiza, en la cual se aceleran protones en direcciones opuestas hasta velocidades cercanas a la de la luz para que choquen frontalmente y se hagan añicos”. ¿Y qué se busca al hacer colisionar los protones? “Se espera revelar la estructura más íntima de la materia y atrapar la madre de todas las partículas elementales, el elusivo ‘Bosón de Higgs’, recreando, a escala de laboratorio, las condiciones del nacimiento del universo”, parece responder Zaratti en su última columna.
Pues bien, explicado como está el asunto, queda claro qué es el LHC y cuál es su objetivo. El (gran) detalle es que varios científicos advierten que la reproducción, así sea a escala de laboratorio, de las condiciones del nacimiento del universo podría desencadenar efectos no deseados como la creación de materia que requiere de energía inexistente en nuestro planeta o temperaturas superiores en cien mil veces a la del sol. Esos efectos, u otros difíciles de prever, podrían originar un agujero negro, pequeño en relación a los existentes en el universo pero suficiente para tragarse a la tierra y parte del sistema solar en un lapso de cuatro años.
Como la advertencia no viene de profetas apocalípticos ni charlatanes, sino de respetables científicos que incluso llevaron el caso de los tribunales, hay motivo para preocuparse. ¿Qué tal? En este momento ya está funcionando un artefacto que podría desencadenar el fin del mundo y la extinción de la raza humana.
Claro que eso del fin del mundo no es ninguna novedad en países como el nuestro. Tal como van las cosas, parece que el mundo, tal como lo conocíamos, está desapareciendo de a poco, tragado por un agujero negro que habría surgido como el efecto no deseado de algún experimento que se les fue de las manos a sus impulsores.
El país unitario, ese que estaba dividido en nueve Departamentos pero respondía a un Gobierno central, ya no existe. Ahora tenemos, por un lado, a un occidente dispuesto a permitir más y nuevos experimentos y, por el otro, a una “media luna” que no está dispuesta a tolerar que cambien las cosas. En ambos existen choques, colisiones que no son de protones sino de la gente que se deja llevar por el discurso político.
En uno y otro lado de este país dividido, partido por obra y gracia de sus dirigentes, están el odio, la intolerancia, la testarudez y el racismo como cuatro jinetes del Apocalipsis que, juntos y bien revueltos, parecen ser el agujero negro que se está tragando Bolivia.
¿Cómo vamos a salir de este atolladero? Esa es una pregunta para la que ningún científico tiene respuesta. Eso sí… los físicos saben que, una vez desatado, un agujero negro ya no puede detenerse y no sólo es capaz de tragarse países sino planetas y galaxias enteras.


10-IX-2008

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