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Anteojeras

En agosto de 2007, el semanario sueco “Liberación” publicó un artículo titulado “Canción con todos en Bolivia” en el que su autor, Ernesto Joaniquina Hidalgo, hacía —como sigue haciendo— una encendida defensa del gobierno de Evo Morales.
Aunque en momentos abusa de los adjetivos y se deja llevar por su simpatía a la administración masista, Joaniquina demuestra su racionalidad y equilibrio cuando admite que, por muy bueno que sea, cualquiera puede cometer errores en este mundo.
“Tampoco se trata de ser caballo cochero y seguir este carruaje a tientas por cualquier sendero —dice—. Evo Morales y sus seguidores son tan mortales y con prerrogativas para equivocarse, con la salvedad de escuchar la voz de su pueblo quien le guiará a buen puerto o someterlos a baños de humildad si es necesario”.
Si la mayoría de los masistas y sus simpatizantes tuvieran la amplitud de Joaniquina, es muy probable que el país no hubiera llegado a los extremos de división que incluso llevaron a la pérdida de vidas humanas en Pando.
El problema que tienen muchos masistas es que tienen una visión unilateral del mundo —la suya— y no admiten versiones en contrario.
En el momento de interpretar la realidad, aplican el método marxista que divide a la sociedad en dos: los propietarios de los medios de producción y los que no lo son. Los que no son dueños de los medios de producción son los obreros, los trabajadores, los proletarios, mientras que los propietarios son el enemigo a vencer.
Eso explica la visión masista de la prensa boliviana. Para el MAS, la prensa se divide entre los propietarios de los medios de comunicación social y los que no lo son así que los primeros son el enemigo a vencer. Por eso es que sus ataques contra la prensa son tan virulentos.
Los masistas radicales no pueden o no quieren aceptar que la propiedad de los medios de comunicación social no está necesariamente determinada por la lógica marxista.
Así como en Bolivia existen medios de propiedad de oligarcas —tres claros ejemplos son las redes Unitel, UNO y Bolivisión—, también existe una enorme cantidad de medios que fueron adquiridos por periodistas o, a tono del marxismo, por trabajadores, obreros o proletarios de la prensa que, por eso mismo, mantienen su visión de clase y siguen formando parte de organizaciones sindicales.
El método marxista de interpretación de la realidad no es el más adecuado para aplicarlo a la prensa boliviana porque esta no se limita a la propiedad de los medios de producción. Por eso es que en Bolivia existen sindicatos de periodistas que admiten a propietarios en sus filas —la mayoría de ellos comprometidos con los principios de esas entidades— pero también hay organizaciones supuestamente de propietarios en los que se puede encontrar a empleados —como la Asociación Nacional de la Prensa—.
Si el gobierno entendería tan sencilla verdad, no intentaría controlar al periodismo mediante reformas constitucionales que, como se ha demostrado, ponen en riesgo las libertades de prensa y de expresión.
Si los marxistas radicales se sacaran las anteojeras del marxismo ortodoxo y entendieran la realidad de la prensa boliviana, desaparecerían las exhortaciones que han degenerado en ataques físicos a los periodistas, a esos que, sin ser propietarios ni oligarcas, están en las calles para recoger información y últimamente reciben insultos, palos y pedradas.
Y es que “tampoco se trata de ser caballo cochero” y seguir el carruaje del marxismo a tientas por cualquier sendero sino de construir una patria juntos, sin tantos recelos ni divisiones.


15-X-2008

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