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Tengo miedo

Escribo este artículo cuando faltan sólo algunas horas para un nuevo aniversario de la recuperación de nuestra democracia y recién comprendo, 26 años después, la magnitud de la fecha.
Y no es que sufra de retardo mental o algo parecido. Pasa que yo pertenezco a la “generación sándwich” de la reciente historia política del país; es decir, aquellos que vivimos los años de la dictadura pero no los sufrimos en carne propia porque no teníamos la edad para padecerlos.
Eran nuestros padres, tíos o hermanos mayores los que, ya sea como dirigentes sindicales o universitarios, se enfrentaron a los militares y pagaron las consecuencias. Nosotros, en cambio, fuimos espectadores internos que, a pesar de ello, supimos lo que era vivir en estado de sitio y de miedo permanente.
Si alguno de nuestros padres, tíos o hermanos mayores no llegaban a la casa pasadas las 20:00, cundía el temor por una posible detención y comenzaba una humillante peregrinación en la Dirección de Investigación Criminal (DIC), aquella dependencia policial de oprobiosa memoria, con el propósito de obtener alguna información del posible desaparecido.
No era el único miedo. Recuerdo que la gente se cuidaba de lo que decía porque temía que algún “buzo” o informante fuera con el chisme a la DIC. No existía, entonces, la libertad de expresión porque los bolivianos no podían decir lo que pensaban ya que eso los exponía a una detención o destino peor.
La prensa estaba totalmente amordazada. Los medios que seguían funcionando tenían censores que revisaban el contenido de las noticias así que la gente escuchaba o leía sólo lo que al gobierno le convenía.
A partir del 10 de octubre de 1982, todas esas cosas cambiaron.
Hernán Siles Suazo asumió la presidencia de la República y, aunque la banda presidencial le fue colocada al revés, todos los bolivianos sentíamos esperanza y un gran alivio porque los que pensaban diferente del gobierno ya no debían andar con el testamento bajo el brazo.
Es cierto que el mal augurio de la banda se cumplió con la hiperinflación y la renuncia anticipada de Siles pero la gente dejó de tener miedo de expresarse. Ya podía hablar libremente en las calles e incluso se acostumbró a llamar a las radioemisoras para expresar su opinión sobre los temas de interés nacional.
La prensa también gozó de una libertad a la que tuve la suerte de llegar cuando comencé a ejercer el periodismo. Quizás por eso, nunca aprecié suficientemente esa libertad.
Ahora, 26 años después del inicio de estas libertades, he vuelto a sentir el miedo de aquellos años oscuros en los que estaba prohibido hablar o escribir contra el gobierno.
Mi miedo nace por lo que dice el segundo parágrafo del artículo 108 del proyecto de Constitución Política del Estado del MAS: “La información y las opiniones emitidas a través de los medios de comunicación social deben respetar los principios de veracidad y responsabilidad”.
A primera lectura, esa determinación parece ser razonable pero el detalle está en quién determina si una información u opinión es veraz o no. ¿Acaso no cabe el riesgo de que el gobierno decida que una información no es veraz y, por tanto, la penalice? Si el artículo 108 se aprueba tal como está—por las buenas o por las malas, como anunció el propio presidente de la República—, la libertad de prensa desaparecerá porque las informaciones podrán ser cuestionadas bajo criterios, generalmente subjetivos, de falta de veracidad y de irresponsabilidad. Peor aún, las medidas de “veracidad” y “responsabilidad” llegan incluso a las opiniones así que también corre riesgo la libertad de expresión que es un derecho de todos los ciudadanos.
Por eso escribo este artículo apreciando lo ganado hace 26 años: porque temo que, si se impone el ala radical del MAS, el próximo año no lo podré hacer libremente a menos que camine con el testamento bajo el brazo.

8-X-2008

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