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Buscando a papá

Con sus 65 años bien cumplidos, mi padre se niega a forma parte del segmento de la sociedad que conocemos como “adulto mayor” y no sólo trabaja como siempre sino que baila cada año para la festividad de Ch’utillos y nada menos que en la fraternidad “Tobas” del Colegio Juan Manuel Calero de Potosí.
Quizás debido a su vitalidad, a veces nos da sustos porque se borra del mapa, apaga su celular y no hay modo de ubicarlo. Aparece después, como si nunca hubiera matado una mosca, y reanuda su ritmo normal de vida.
Como sus desapariciones son más o menos regulares, nadie se extrañó de que no haya llegado a la vieja casa paterna, a la hora de costumbre, el fin de semana recién pasado.
Comenzamos a preocuparnos cuando alguien murmuró por lo bajo que “están buscando a José Toro” y después nos alarmamos al enterarnos de que había sido detenido.
Mi primera reacción fue llamar al comandante departamental de la Policía para preguntar por las razones de la detención pero él me aseguró que en las últimas horas no se detuvo a nadie apellidado Toro.
La inexistencia de noticias y el exceso de rumores motivaron movilización general. Mientras mis hermanos buscaban en los lugares más frecuentados por mi padre, yo pregunté y requetepregunté a la portera de la galería donde tiene su bufete cuándo fue la última vez que lo vio. La respuesta fue la misma en todas partes: salió de su oficina a las 18:00 del viernes y lo siguiente que se supo es que un tal José Toro había sido detenido.
Entonces sentí un miedo que no me asaltaba desde 1980, cuando el país vivía bajo estado de sitio y la gente debía dejar las calles a partir de cierta hora de la noche. Recordé las fiestas en la vieja casa paterna que tenían que terminarse más temprano que de costumbre por el toque de queda. En aquellos meses, las luces debían apagarse para que la ronda no se enterara de la fiesta y los invitados tenían que retornar a sus casas furtivamente, ocultándose en los dinteles de las puertas o metiéndose a algún callejón cuando aparecía la patrulla disfrazada de ambulancia.
Claro que aquellos eran otros tiempos porque vivíamos en dictadura. Se supone que ahora estamos en democracia y nadie tendría que escapar a otro país para sentirse a salvo, ninguna persona tendría que ser detenida con la suspensión parcial de sus derechos y todos deberíamos confiar en juicios justos.
En lo que a mi padre concierne, él apareció, como de costumbre, porque simplemente había viajado al santuario de Manquiri a rezarle al Cristo que allí se venera. Al parecer, quien sí fue detenido es José Vaca, dirigente cívico del Chaco tarijeño que, pese a la familiaridad vacuna, no es pariente nuestro ni nada parecido.
Y desde luego que en los párrafos anteriores hay mucho de fantasía y sarcasmo ya que no encuentro otra forma de referirme a la conducta del gobierno y la oposición que volvieron a suspender el diálogo, esta vez por la detención del dirigente de apellido vacuno.
La oposición acusa al gobierno de haber empleado métodos fascistas en la detención de Vaca, con agentes encapuchados y golpiza incluida, mientras que el gobierno sindica al dirigente chaqueño de ser el principal sospechoso del atentado terrorista contra el gasoducto Yacuiba-Río Grande.
Una vez más, es difícil saber quién tiene la razón pero lo que interesa y preocupa a la mayoría de los bolivianos es que la detención fue usada como argumento —léase pretexto— para suspender el diálogo.
Y como nuestros políticos siguen metiéndonos el dedo a la boca, yo me contagié de su crueldad e irresponsabilidad y enfoqué el tema desde una óptica informal. Eso sí, en descargo de mi padre debo decir que, en efecto, él sigue trabajando como siempre y baila en la fraternidad “Tobas” del Calero.


1-X-2008

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