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Prejuicios

Uno de los grandes males de la humanidad es el prejuicio.
Por culpa de esa “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”, no sólo una persona sino sociedades enteras pueden formarse un concepto equivocado de otras y este puede llevar a confrontaciones, incluso guerras.
Fue el prejuicio el que motivó a los romanos a denominar “bárbaros” a los pueblos que no formaban parte de su imperio. Creían que, como tenían costumbres diferentes, eran salvajes y despiadados. Ese criterio se mantuvo hasta la colonia, cuando los europeos creían que los originales habitantes de América eran seres calvos que caminaban desnudos, copulaban entre padres e hijos y comían carne humana.
Y, como todos sabemos, estaban equivocados desde el principio pues primero creyeron que la tierra a la que llegó Colón era India y, a raíz de eso, se comenzó a llamar “indios” a sus nativos. Más tarde, cuando otros navegantes corrigieron el error, ya era tarde para persuadir a los europeos de cambiar el apelativo así que América fue denominada “Indias Occidentales” y siguieron llamando “indios” a sus originarios.
Hoy en día, ese adjetivo ha pasado de ser un gentilicio (“natural de la India”) a una condición que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) describe así: “se dice del indígena de América, o sea de las Indias Occidentales, al que hoy se considera como descendiente de aquel sin mezcla de otra raza”.
Lamentablemente, el prejuicio hizo que la palabrita no sólo pase de gentilicio a condición sino a insulto. El DRAE incluye “inculto” a los significados de “indio” y aclara que esta es una palabra despectiva en Guatemala y Nicaragua. Afortunadamente, no dice que “indio de mierda” es una expresión cargada de odio que se escucha mucho en Bolivia, particularmente en su región oriental.
La transformación parece deberse al prejuicio que tenían los europeos respecto a los “indios americanos” a los que consideraban no sólo bárbaros (este adjetivo es bastante utilizado por Pedro Sarmiento de Gamboa en su “Historia Índica”) sino también seres inferiores, sucios y despreciables. Poco a poco, el contenido denigrante de la palabra fue calando en los propios “indios americanos” que, a su vez, la incluyeron en su vocabulario como otro insulto.
Pero los indios americanos y ramas afines no nos contentamos con transformar un gentilicio en insulto sino que, por nuestros prejuicios, repetimos la práctica una y otra vez. Los hacemos los bolivianos al llamar injustamente “peruanos” a cierto tipo de ladrones que merodean por el occidente de nuestro país.
Recién nomás probamos una cucharada de nuestra amarga sopa cuando un dirigente del fútbol argentino se ofendió hasta el inaudito cuando un árbitro llamó “bolivianos” tanto a él a como al resto de su equipo.
¿Por qué se ofendió tanto?, ¿qué hay de malo en ser boliviano? ¿Interpretó el gentilicio como “fratricida”, una persona capaz de matar a su propio hermano?... Tal vez se enteró que en ciertas partes de Bolivia llamamos “indio de mierda” a quien no tiene la piel clara y, entonces, cree que “boliviano” equivale a “racista”.
Yo soy boliviano y me siento orgulloso de serlo pero lo más probable es que sentiría el mismo orgullo si fuera peruano, chino o sancristobaleño. Debido a ello, no entiendo ni la actitud del árbitro ni la reacción del dirigente argentino.
Malo sería que, llevados por el prejuicio, malinterpretemos la actitud de los varones de Argentina que se besan en la boca y empecemos a utilizar el gentilicio “argentino” como sinónimo de “homosexual”. Dios nos libre.


24-IX-2008

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