Buscar este blog

Millones

Poco antes de ser descuartizado, Julián Apaza se despidió del mundo con estas palabras: “Volveré y seremos millones”.
Con el sobrenombre de Tupaj Katari Apaza encabezó la más importante insurrección india en contra del régimen colonial español, tanto que alcanzó a formar un ejército de 40.000 hombres y le impuso dos cercos, uno de 109 y otro de 64 días, a la ya por entonces orgullosa ciudad de Nuestra Señora de La Paz.
Traicionado de uno de los suyos, el insurrecto fue capturado y, en el momento de ser llevado preso, lanzó su célebre frase: “Nayaruw jiwayapxista, waranqa waranqanakaw kutt'anika” (“A mí solo me matarán pero mañana volveré y seremos millones”). Murió el 15 de noviembre de 1871 en la población de Peñas y, desde entonces, cada vez que los indios se sublevaban, surgía el fantasma de los millones.
Ocurrió en las republiquetas de la Guerra de la Independencia, en la insurgencia de Pablo Zárate y hasta en la revolución de 1952. En cada una de esas ocasiones, parecía que los millones de indios oprimidos reaccionaban para reclamar sus derechos pero el peso de la historia terminaba por aplastarlos.
Entonces, los fracasos eran aplacados por la teoría del Jach’a Uru; es decir, el gran amanecer, el día en el que los pueblos originarios renacerían en una nueva época, aquello que en idioma quechua se conoce como Pachakuti.
Cuando Evo Morales ganó las elecciones presidenciales con casi el 54 por ciento de los votos válidos, muchos creyeron que el Jach’a Uru había llegado, que el ascenso de un indio al poder era el Pachakuti. De pronto, el fantasma de Julián Apaza se hacía más visible que nunca. Parecía que, en efecto, Tupaj Katari había vuelto y se convertía en millones, no sólo en aquellos que votaron por Evo Morales sino también los otros, los de fuera de nuestras fronteras, los mapuche de Chile, karajá de Brasil o los inuit de Canadá.
Y es que no sólo los indios andinos estaban sometidos sino todos los de América, tanto los de las tierras bajas del actual oriente boliviano como los mayas y caribes. Todos ellos esperan su Jach’a Uru, su propio Pachakuti. En Guatemala, por ejemplo, los mayas aguardan el “k’atún”, el renacer de los pueblos de América, y, el día de la posesión de Evo Morales, Rigoberto Menchú, me dijo que esa asunción era sólo un síntoma del tiempo nuevo que se venía.
Hoy, pese a que Evo ha sido ratificado con casi el 68 por ciento en el ilegal referéndum del 10 de agosto recién pasado, dudo que los más de dos millones de votos por el “sí” sean los anunciados por Tupaj Katari.
Aunque los propagandistas del presidente se empeñan a utilizar la frase de Julián Apaza para referirse a este gobierno —en julio se estrenó un documental con ese título—, cada vez estoy más convencido que la profecía sólo está en vías de cumplirse.
Hay que tomar en cuenta que los pueblos originarios de América pregonan el derecho a la vida y no utilizan la muerte como castigo, tal como ocurre con la mal llamada “justicia comunitaria”; y que su cosmovisión está basada en el respeto y la convivencia con la naturaleza. Debido a ello, su principal estrategia es el diálogo, no la confrontación, y se prefiere la justicia a la venganza.
Y, por último, esos pueblos, los que aguardan el Jach’a Uru, respetan al ser humano y respetarlo significa permitir que tome sus propias decisiones. Imponerle una consigna y vigilar su voto es faltarle el respeto, considerarlo un animal de rebaño o bestia de carga al que hay que obligarle con el látigo.
Sólo creeré en la llegada del Pachakuti cuando tanto indios como mestizos respetemos la vida, practiquemos el diálogo, dejemos que los runas (hombres) tomen sus decisiones por sí mismos y nadie esté ejecutando alguna venganza.


13-VIII-2008

No hay comentarios: