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Santos no

Mario Vargas Llosa venció en batallas en las que muchos fueron derrotados y, por ello, bien podría ser considerado un triunfador. No obstante, un mal día decidió meterse a la política y le fue como a perro en feria. Candidateó a la presidencia del Perú y fue derrotado por Alberto Fujimori, hoy juzgado por crímenes de lesa humanidad. Escaldado como el gato que cayó a la olla con agua hirviendo, y vivió para maullarlo, Varguitas se alejó de esas lides y nos legó esta frase: “La política saca a flote lo peor del ser humano”.
No fue precisamente un descubrimiento. Los gatos de la política, aquellos que siempre caen parados, saben que esta ha dejado de ser “el arte de gobernar a los pueblos” y se ha convertido en una actividad inmoral que no sólo linda con la delincuencia sino que muchas veces rebasa ese límite.
Ronald Reagan, por ejemplo, dijo muchas veces que “la política es la segunda profesión más baja y me he dado cuenta de que guarda una estrecha similitud con la primera”. Por su parte, el político español Enrique Tierno Galván fue más gráfico al señalar que “en política se está en contacto con la mugre y hay que lavarse para no oler mal”.
Eso sí… la política es un arte pero no el de gobernar a los pueblos. Louis Dumur (1863-1933) sentenció que “la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos” y, mucho antes, el filósofo francés Jean Le Rond D' Alembert (1717-1783) hizo esta diferenciación: “La guerra es el arte de destruir hombres, la política es el arte de engañarlos”.
Por tanto, es de ingenuos pretender que los políticos sean honestos (“Nadie puede adoptar la política como profesión y seguir siendo honrado”: Loui McHenry Howe) y nadie tendría que rasgarse las vestiduras por el escándalo de corrupción en el que la figura central es el suspendido presidente de YPFB, Santos Ramírez Valverde.
Los políticos pueden diferenciarse en muchas cosas y, de hecho, lo hacen desde siempre. Recuérdese que la división entre derecha e izquierda surgió en la Revolución Francesa, por la posición en la que se sentaban los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente.
Aunque tengan diferencias de clase, posición económica, criterios, valores y cosmovisión, los políticos sólo buscan una cosa: el poder. Cuando están en la oposición, buscan llegar al poder y, cuando llegan a él, se esfuerzan por detentarlo el mayor tiempo posible (“La política es un acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar y aquellos que no quieren salir”: Jacques Benigne Bossuet).
Por ello, la corrupción no es un defecto exclusivo de la derecha y a nadie tendría que extrañarle que surja también en la izquierda. Lo que sí es notable es que, hasta hace poco, la izquierda era menos tolerante con la corrupción y más firme con sus principios.
En 1988, el gobierno de Fidel Castro se enteró de que el general Arnaldo Ochoa Sánchez, nombrado “Héroe de la República de Cuba” por su actuación en diversas campañas militares, que incluían la campaña contra Batista y la batalla de Bahía de Cochinos, estaba involucrado en las actividades de narcotráfico del cartel de Medellín y un año después lo hizo fusilar.
El gobierno izquierdista de Evo Morales admitió el escándalo de las computadoras de Félix Patzi, las calaveradas de Abel Mamani, la venta de avales y la liberación de 33 camiones en Pando. Destituyó a la mayoría de los autores de esas inconductas pero todavía mantiene a uno en el poder. Habla de combatir a la corrupción pero sólo sus enemigos políticos van a la cárcel.
Hay crimen pero no castigo. Se cumple la sentencia de filósofo español José Luis López Aranguren: “La moral se esgrime cuando se está en la oposición; la política, cuando se ha obtenido el poder”.

4-II-2009

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