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Seducir o violar

Filósofo como era, Arthur Schopenhauer dijo que la vida es una guerra sin tregua. Tenía razón. Después de todo, cada día luchamos por llegar vivos al siguiente y hasta el trabajo es una pelea para no morir de hambre.
Y ya que la vida es una guerra, la mejor manera de ganarla es a través del amor.
Sé que ese párrafo parece una frase contradictoria pero tiene su explicación: la guerra se libra con el afán de ganar, someter o conquistar. Si entendemos que la conquista no sólo es triunfo sino también “lograr el amor de alguien, cautivar su ánimo”, entonces entenderemos que el amor es la mejor arma para ganar una guerra.
Ahora bien… el amor puede ser todavía más complejo que la guerra pero, confirmando que ambos se complementan, las estrategias de conquista son parecidas.
La única manera de conquistar a otra persona es a través de la seducción pero el problema es que ese término tiene connotaciones negativas y positivas. Por una parte, se define a la seducción como el arte de engañar pero, por otra, es “embargar o cautivar el ánimo” (Diccionario de la Real Academia Española) o “influjo irresistible” (Diccionario de Derecho Usual). Curiosamente, el Diccionario Jurídico de Manuel Osorio define también a la seducción como “enamoramiento” y “captación”.
Otro de los elementos de la seducción es la intención de tener sexo con otra persona. Desde Ovidio, que escribió el “Ars Amandi”, hasta Erich Fromm, autor de “El Arte de Amar”, el objetivo de la seducción es conseguir una relación sexual. ¿Y por qué buscamos sexo? Porque nuestro instinto de conservación nos motiva a reproducirnos y, para ello, necesitamos copular con otra persona. Entonces, se confirma que la guerra diaria por sobrevivir necesita inexcusablemente al amor.
Lamentablemente, el ser humano no sólo apela a la seducción para conseguir sexo sino que también recurre a la fuerza. Lo que no consigue a las buenas lo logra a las malas y, en el caso del sexo, a eso se llama violación.
Lo que ocurrió con el proyecto de Constitución Política del Estado que será sometido a referéndum el 25 de enero también fue una violación.
En lugar de persuadir al ciudadano, de convencerlo, de “embargar o cautivar el ánimo” para que acepte su propuesta, el partido en función de gobierno llevó la Asamblea Constituyente a Oruro y aprobó su proyecto de manera ilegal. Posteriormente, más allá de las campañas proselitistas, se usó la fuerza cuando se atacó y hasta golpeó a quien hacía campaña por el “no”.
El proyecto de Constitución tiene muchas cosas buenas pero, si se aprueba, estará marcado por la imposición y nos quedará la conciencia de que pudo mejorarse si se hubiera optado por el consenso. Con una mejor Constitución, los bolivianos tendríamos un mejor país pero todo indica que estamos dejando escapar la oportunidad de mejorarla.
A las malas, el gobierno ganará esta batalla olvidando que hasta el propio Che Guevara dijo que un revolucionario de verdad es alguien que puede sentir un gran amor por la humanidad. Si el amor tendría que expresarse a través de golpes e imposiciones, la humanidad seguiría en la barbarie.
La vida es una guerra diaria y la política también (“La política es una guerra sin efusión de sangre”, dijo Mao Tse Tung). Ojalá que, antes de las próximas batallas, el presidente de la República lea “El Arte de la Guerra” que le fue obsequiado por el vicepresidente porque allí encontraría esta magistral recomendación: “someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia”.


21-I-2009

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