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Ukhurrunas

En el idioma qeshwa (quechua), que era el que hablaba la etnia inka, ukhurruna es un adjetivo que se forma con las palabras ukhu, que quiere decir adentro, y runa o persona.
Aplicando el simplismo, al que estamos tan acostumbrados, habría que decir que ukhurruna es una persona de adentro y tal vez podríamos utilizar el adjetivo para hablar de quienes viven en el interior de un Departamento o una provincia.
El qeshwa, empero, no es tan simplista y quienes todavía lo cuidan advierten que ukhu adquiere otra connotación cuando se trata de la tierra. Al referirse a la Pacha, la madre tierra, ukhu se traduce como subsuelo y, por tanto, ukhurruna podría significar también “persona de las profundidades” o, en términos más amplios, de tierra adentro.
Como no sentimos tan nuestro al idioma de nuestros ancestros, los mestizos no nos cuidamos demasiado al utilizar el qeshwa —al que españolizamos como quechua— y por eso llamamos ukhurruna no sólo a la persona que vive en poblaciones ignotas, en aquella “Bolivia profunda” que nunca terminamos de conocer, sino también a aquel que nunca salió de su pueblo y, por tanto, no conoce más que el color de su tierra.
El problema de estos ukhurrunas —los que nunca viajaron— es que, al haberse quedado en sus pueblos, tienen una visión muy limitada no sólo del mundo sino de su país y hasta de su Departamento.
¿Cómo puede imaginar el potosino que siempre vivió en Llica las maravillas de Toro Toro, aunque estas estén en su Departamento, si jamás las vio ni en fotografías?
Por eso es que los bolivianos somos tan ligeros al hablar: porque opinamos sobre realidades que no conocemos y ni siquiera nos molestamos en estudiar.
Es cierto que el viaje —o la inspección en terreno— no es la única manera de conocer mejor una realidad pero existen alternativas como la lectura, las cifras y los reportes orales.
Nuestro problema es que no viajamos, no leemos ni revisamos cifras, no escuchamos a los que conocen una realidad determinada pero, aún así, opinamos y, al hacerlo sin suficiente información, nos equivocamos. Pese a eso, nos mantenemos en el error y actuamos en consecuencia.
Eso parece ocurrir, por ejemplo, con la idea que tenemos del latifundismo y la oligarquía en el oriente.
Nos dejamos llevar por las cifras —¿5.000 ó 10.000 hectáreas?—, creemos que los propietarios de las tierras son potentados y actuamos en consecuencia.
Aunque yo no soy muy ukhurruna, porque viajé alguito durante mi vida, yo también opinaba sin saber en el caso de las tierras del oriente hasta que fui al Beni. Vi la diferencia entre la ganadería de leche y la de carne, entre la del Beni y la de Santa Cruz y descubrí que estaba equivocado. Aprendí que, pese a las matemáticas, 1.000 hectáreas en Beni jamás serán iguales a 1.000 hectáreas en Santa Cruz ya que aquellas se reducen con las lluvias, que son anuales, y estas soportan mejor los embates de la naturaleza.
La ganadería en Beni es sacrificada porque tiene que lidiar con el agua, el líquido que es vital en cualquier parte del planeta pero puede ser mortal en grandes cantidades, como cuando inunda aquel Departamento y mata miles de miles de cabezas de ganado.
Tras el privilegio de haber conocido aquella tierra, mi visión sobre los latifundios ha cambiado y creo tener mejores elementos de juicio para el momento de elegir una opción en el referendo dirimidor de enero. ¿Reflexionarán mejor mis hermanos o irán a las urnas como los malos ukhurrunas; es decir, como los que, además de ser de tierra adentro, no quieren saber nada de nada?


3-XI-2008

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