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De los pollos y otros demonios


Y mientras el país está, otra vez, metido en un atolladero político, los periodistas zapateamos porque todavía no podemos digerir la última etiqueta que nos endilgó el inefable presidente del Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías que todavía se llama Bolivia.
“Parecen pollos de granja”, dijo y desató una furia que rebasó el alambrado y sólo es comparable a la del Sarcophilus harrisii, un marsupial carnívoro que está en peligro de extinción y es más conocido por su nombre “comercial” de “demonio de Tasmania”.
¿Por qué tanta bronca? Si recordamos que Evito comenzó a insultarnos desde que dejó de necesitarnos (cuando llegó al poder y se rodeó de un séquito de adulones) entonces nada que provenga de su boca debería extrañarnos.
Lo que parece ocurrir, por lo menos en algunos sectores de la granja… perdón… de la prensa es que no nos gusta mirarnos en el espejo porque nos preocupa la imagen que nos devuelva. Ocurrió con el último informe del Observatorio Nacional de Medios y ocurre ahora, con la etiqueta “pollítica”, aunque esta vez con características más pintorescas.
¿Y por qué no mirarnos al espejo? Eso significaría, inicialmente, reconocer nuestros errores y descubrir que son muchos. Por ejemplo, revise usted el tercer párrafo de este artículo y encontrará una rima asonante con vocación cacofónica que merecería unos buenos círculos rojos y un par de coscorrones (¿qué es eso de “insultarnos”, “necesitarnos” y “extrañarnos”?).
Al admitir nuestros errores tenemos que reconocer que, en efecto, hay periodistas que parecen pollos de granja pero no precisamente porque no sepan comportarse en una conferencia de prensa sino porque tienen actitudes que bien podrían encajar en las “Animalversiones” de Jorge Mansilla Torres, el entrañable Coco Manto.
Con la ayuda de algunos colegas del Facebook (léase “feisbuk”, ese que los masistas prohibieron en la Cámara de Diputados) pude elaborar una lista preliminar de especies periodísticas aunque, como se advertirá, no todas son de granja:
Pollos.- Los que recién salieron del hu-Evo y, por tanto, cumplen las tareas más difíciles (como asistir a conferencias de prensa de masistas, por ejemplo).
Gallos.- Son aquellos machitos que se creen la mamá de los pollitos (ya salió la rima maldita). Atrevidos por esencia, algunos sólo llegan a cacarear pero otros son de pelea.
Perros.- Ladran pero no muerden (aunque en las últimas camadas hay muchos mordedores).
Jumentos.- La palabra describe por igual a pollinos, asnos y burros. Franchesco Díaz insistió en agregar también acémilas (mulas). Son aquellos que cometen errores ortográficos en los periódicos o en los generadores de caracteres, los que ni siquiera tienen un ápice de cultura general (¿qué tal eso de “prefecto de Sucre”?) pero, aun así, rebuznan constantemente.
Sapos.- Los que dicen cualquier cosa, aunque no tenga sentido, por el simple hecho de formar parte del coro.
Renacuajos.- Son los aprendices de sapos. En quechua se les dice jokollos u oskollos que rima con pollos.
Oscar Díaz agregó a los loros, aquellos que hablan hasta por los codos y no llegan a decir nada, y a las ratas, los que se venden al primer flautista político que se les cruza.
Claro que, por el lado del Gobierno, también existen especies como para llenar enciclopedias. Yo identifiqué a una que es torpe, con voz tan estridente que causa ira cuando abre el pico y con un andar cómico porque siempre mete la pata. Su nombre científico es Raphus cucullatus pero su nombre “comercial” es “dodo”. Se extinguió a fines del siglo XVII, al igual que ciertas ideologías que algunos buitres pretenden resucitar.

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