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¿Terrorismo?... ¡siempre!


Una detrás de la otra, las noticias sobre los atentados dinamiteros en La Paz se difundieron primero por Facebook, la red social que, a medida que va sumando adeptos, se convierte en una imprescindible fuente de información y más aún cuando un usuario forma parte de un grupo integrado por periodistas.
Unos colegas que forman parte de esa red —y a quienes no identificaremos por obvias razones legales— fueron los primeros en enterarse monitoreando las radios de baja frecuencia de la Policía. Los informes que tenían los difundían por el “feis” cuyos usuarios, por lo menos los de Bolivia, fueron los mejores informados sobre el tema.
Al enterarse del primer atentado, uno de los internautas dijo que “antes éramos un país virgen de terrorismo y después del caso Rózsa Bolivia es el centro de atentados”. Como este grupo está integrado mayoritariamente por periodistas, la réplica fue inmediata: el compañero fue informado de que en el país siempre hubo atentados.
Además del atentado aquel del año pasado, contra la misma empresa constructora, el otro antecedente inmediato es el de marzo de 2006, cuando el gobierno de Evo Morales estaba recién estrenadito, y un estadounidense llamado Triston Jay Amero puso bombas en dos hoteles paceños. El tipo estaba tan loco que se hacía llamar Claudius Lestat de Orleáns y Montevideo y terminó quitándose la vida en la cárcel. Lo de Lestat era por Lestat de Lioncourt, el vampiro de la serie de novelas fantásticas de Anne Rice.
Más allá de las anécdotas pantagruélicas, hay que recordar que el terrorismo es la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” y, según el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de Manuel Osorio, “no tipifica un delito concreto, porque de los actos de terrorismo pueden configurarse otros delitos específicos, ya sea contra las personas, ya sea contra la libertad, contra la propiedad, contra la seguridad común, contra la tranquilidad pública, contra los poderes públicos y el orden constitucional o contra la administración pública”.
Además, el terrorismo suele ser usado como instrumento de lucha política como ocurrió en el pasado reciente con agrupaciones como el Comando Néstor Paz Zamora (CNPZ), el Movimiento Revolucionario Tupaj Amaru (MRTA), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK) del que formó parte el vicepresidente Álvaro García Linera.
Empero, cuando se habla de terrorismo y política, cuenta mucho la posición ideológica porque el que es delincuente para unos puede ser un héroe para otros. Un ejemplo ilustrativo es el del ELN que conspiraba contra la dictadura de Banzer. Los guerrilleros concibieron la operación “zafra roja” que fue descubierta por la temida Dirección de Investigación Nacional (DIN) y dio lugar a un operativo en la calle Bush 1808 de La Paz, muy parecido al que acabó con la vida de Rózsa y Cia. Los participantes en la conjura murieron y unos pocos fueron detenidos.
La DIN presentó el caso al país como la desarticulación de un grupo terrorista y hasta se dio el lujo de publicarlo en una revista llamada “Bolivia nacionalista”. Allí se ve el cadáver de Jorge, el esposo de Loyola Guzmán, como uno de los “terroristas” muertos para preservar la seguridad del Estado.
Por tanto, el terrorismo no llegó con Rósza, con el CNPZ que mató a Lonsdale o el MRTA que secuestró a Doria Medina. El terrorismo es parte de la lucha política así que no sólo existió siempre sino que, más que ideologías, responde a consignas de grupo.
Lo que se olvidan quienes lo practican es que, al cometer actos de violencia para infundir terror, dejan de ser luchadores políticos y se convierten en vulgares criminales.

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