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Anti-natura


Honduras y Nicaragua son dos países centroamericanos vecinos entre sí. Aquel es gobernado por Roberto Micheletti Baín y este por José Daniel Ortega Saavedra.
En la teoría política, que en los últimos años siempre se sobrepone a la praxis, Micheletti es de derecha y Ortega es de izquierda. El actual detentador del poder en Honduras llegó a esa condición merced a un golpe de Estado urdido por sectores conservadores que pretenden evitar que el presidente electo, José Manuel Zelaya Rosales, involucre a ese país en el esquema de Hugo Chávez. Ortega fue un guerrillero que lideró el Frente Sandinista de Liberación Nacional, ya gobernó Nicaragua entre 1985 y 1990 y en este segundo periodo lo alineó en el chavismo.
En los papeles, Micheletti y Ortega son agua y aceite, totalmente diferentes entre sí, y es imposible encontrar coincidencias entre ellos. Empero, la organización Reporteros Sin Fronteras lo hizo: los ubicó entre los presidentes que menos respetan la libertad de prensa.
El golpe de Micheletti puso a Honduras en el puesto 128 de una lista de 175 ubicaciones. Nicaragua está mejor posicionado, en el puesto 76, pero su tendencia es a la baja ya que el año anterior estaba en el 59. La lectura que se hace es que la libertad de prensa estuvo erosionándose en ese país en los últimos 12 meses.
¿Cómo se explica esa coincidencia entre dos gobiernos supuestamente diferentes? De Micheletti podemos esperar cualquier cosa —después de todo, interrumpió el proceso democrático de su país— pero… ¿y de Ortega?... ¿Es que acaso los gobiernos de izquierda no son respetuosos de los derechos humanos, entre los que se reconoce a la libertad de expresión?
La respuesta a esas preguntas es una sola: el periodismo es enemigo natural de los políticos.
El origen del periodismo moderno es innegablemente político. Su inventor —que, empero, no tenía idea de lo que estaba inventando— fue Julio César quien ordenó publicar lo que se discutía en las sesiones del Senado en las denominadas Actas Diurnas. No lo hizo para informar al pueblo sino para debilitar a la facción conservadora del Senado.
Con el transcurso de los tiempos, el periodismo intentó independizarse de la política pero los políticos, sabiéndose sus padres, jamás se lo permitieron.
El peligro del periodismo radica en su carácter público. Si un gobierno, sea de izquierda o de derecha, comete un acto ilícito, el pueblo puede llegar a saberlo a través de la prensa. Debido a ello, los políticos no toleran a un periodismo que no esté sometido a ellos, como todo en el juego del poder. Si la prensa se somete, pase y vale pero, si no lo hace, es mejor acallarla.
Micheletti no puede tolerar a una prensa que le endilga diariamente su golpismo así que tiene que censurarla. A Ortega, en cambio, no le conviene una corriente contraria a sus afanes de reelección y prorroguismo.
Lo normal es que haya alternabilidad en el poder pero, cuando una persona o partido llevan demasiado tiempo en él, el descontento se expresa mediante la prensa. Por tanto, es necesario controlarla y, si no se deja, hay que desaparecerla o sustituirla.
Esa es la explicación a las constantes fricciones entre la prensa y los presidentes bolivarianos como Ortega, Rafael Correa, Hugo Chávez y Evo Morales: todos ellos pretenden que la prensa sea parte de su esquema y eso es pedirle que vaya contra su naturaleza.
El periodismo se enfrentó a las dictaduras de derecha, incluso a costa de la vida de muchos de sus hombres, y, por su naturaleza de denunciante de los excesos, no tendrá empacho en hacerlo con estas otras, las que se proclaman de izquierda, aunque eso signifique sufrir censura, presión de los “movimientos sociales” y soportar una legislación amordazante.

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