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Se alquila


Ofrezco este espacio de opinión en contrato alquiler.
Es un espacio que está en vigencia desde hace casi diez años durante los cuales se publicó ininterrumpidamente en los diarios Los Tiempos de Cochabamba y Correo del Sur de Sucre y posteriormente en El Potosí de Potosí, El Alteño de El Alto, Nuevo Sur de Tarija y La Prensa de La Paz.
El precio es negociable. La columna puede alquilarse íntegra o por partes; es decir, si el o los interesados no tienen dinero suficiente para pagar todo el paquete (que abarca a todos los periódicos en los que se publica), entonces se puede ofrecer en parcelas que es lo mismo que decir que se negociaría el precio según los diarios en que aparezca.
Los interesados pueden contactar al autor llamando al 72400091…
Si las personas que leyeron los anteriores párrafos no se indignaron ni sintieron deseos de escupirme a la cara, algo malo está pasando con este país.
Alquilar una columna de opinión es tanto o peor que alquilar la conciencia.
Aunque por cuestiones formales y de espacio físico el dueño de un espacio en el periódico es —con perdón de la redundancia— el propietario, su contenido le pertenece totalmente al autor que, por ello mismo, le pone la firma.
Sé que el alquiler de espacios se ha convertido en una actividad rutinaria de medios de comunicación masiva como la radio y televisión y, al parecer, habría llegado a alguno que otro periódico. Si esto es así, quienes trabajamos en los medios impresos tendríamos que lamentar la caída moral del soporte físico que, pese a las constantes innovaciones tecnológicas en la comunicación, sigue siendo el bastión del periodismo.
La conciencia no puede alquilarse porque no es un inmueble. Si bien, convertida en columna de opinión, ocupa un espacio en un periódico, no es un objeto material, algo que se puede tocar, pesar u ofrecer en venta, alquiler o contrato de anticresis.
Acostumbrados como están a manipular las cosas, incluso intangibles, a su antojo, los políticos sí son capaces de vender o alquilar sus conciencias.
Lo hacen cuando se adscriben a un partido político que propugna una doctrina X y después aparecen en otro con doctrina Y, YX o XY.
Creo que la militancia en un partido político es algo conciencial. Conozco a gente —lamentablemente no mucha— que, al haberse quedado sin partido, porque perdió su personería o algo así, decidió no inscribirse en ningún otro. Por eso es que todavía me escandaliza el transfugio político, esa habilidad que tienen muchas, muchísimas personas, de militar indistintamente en diferentes partidos políticos.
Por eso es que no me acostumbro a ver a personas que trabajaron con gobiernos de derecha y ahora aparecen en este, que se dice de izquierda, sin que la vergüenza jamás se asome a su rostro ni siquiera cuando lanzan discursos totalitarios en función de ministro.
Por eso es que no me acostumbro a la práctica, añeja por cierto, de que los partidos políticos alquilen su sigla como FSB lo hizo con Max Fernández o que vendan su personería jurídica, como la misma FSB hizo con el MAS.
Por eso es que todavía me indigno al enterarme que el “izquierdista” Román Loayza, al que no le dieron el espacio que quería en el MAS, se haya prestado la sigla de los que promovieron la agrupación ciudadana del “derechista” Jorge Quiroga sólo para satisfacer su apetito personal de postularse a la Presidencia.
Y por eso es que no creo en ningún discurso de cambio que provenga de ningún político: porque los políticos viven de alquilar sus conciencias al mejor postor y, más allá de diferencias dizque ideológicas, que constituyen su armazón, por dentro son la misma bosta.

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