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Síntomas de descontrol


El primer síntoma fue la explosión de la denominada “justicia comunitaria”.
En aquellos lugares a los que nunca llegó el Poder Judicial, los campesinos habían desarrollado un sistema de justicia de aplicación colectiva que se basaba fundamentalmente en sus prácticas ancestrales.
Si alguien era atrapado en la comisión de un delito, la comunidad entera lo juzgaba públicamente y decidía su castigo.
Durante el tiempo en que se mantuvo el sistema inquisitorial en la justicia boliviana, el sistema comunitario era considerado un ejemplo tanto por su celeridad como por su eficacia.
De pronto, en ciertas comunidades del área rural comenzaron a reportarse fallecimientos atribuidos a la justicia comunitaria. La advertencia que se hizo entonces es que la pena de muerte no existe en las comunidades que hacen de tribunales colectivos para los delitos así que esas muertes eran asesinatos comunes.
No se hizo mucho caso a ese detalle.
En ese tiempo, el país estaba embarcado en la reforma judicial promovida por el entonces ministro de Justicia, René Blattmann Bauer, quien había atraído la atención mundial por el despoblamiento de las cárceles bolivianas. La varita mágica que consiguió el milagro fue la denominada Ley de Abolición del Apremio Corporal por Obligaciones Patrimoniales que, en términos sencillos, eliminaba la pena de cárcel que se aplicaba por deudas.
Fue el punto de partida para la reforma que se basaba en un nuevo Código de Procedimiento Penal, uno más humanista que eliminaba la burocracia del antiguo sistema inquisitorial, representado en guerras de memoriales, y le brindaba mejores condiciones al acusado de la comisión de delitos.
El problema es que la burocracia no fue eliminada y, en cambio, el nuevo código disparó el índice de criminalidad ya que los delincuentes percibieron que los castigos de la legislación boliviana no eran tan severos y, si lo eran, podían reducirse.
Los juicios orales se implementaron sólo en parte porque, pese a que estos tendrían que concluir lo más rápidamente posible, se extienden merced a suspensiones, postergación de audiencias y otro tipo de tropiezos promovidos por malos abogados.
Y mientras los delincuentes se sintieron respaldados por la ley, la sensación de inseguridad creció entre la sociedad y la única respuesta de esta fue la “justicia comunitaria” pero ya no sólo en el área rural sino en las ciudades. Fue entonces que se recordó que el linchamiento no es parte de ese tipo de justicia pero ya era tarde… la sociedad se había desbocado.
Por ello, no es de extrañar que un padre cuyo hijo fue asesinado haya reaccionado a la lenidad de la justicia matando al acusado. Esperó todo lo que pudo, se sometió a la todavía pesada maquinaria judicial, aguantó las chicanas de los abogados, las permanentes suspensiones de audiencias y, cuando la justicia determinó que el autor confeso del crimen de su hijo saldría en libertad, el padre tomó su revólver y lo mató.
Es un otro síntoma que, empero, al igual que el linchamiento, no tiene nada que ver con la justicia comunitaria.
La reacción de ese padre fue la de un hombre impotente ante la injusticia y su acción es terrible y peligrosa a la vez ya que refleja lo que podría ocurrir en este país si no se corrigen las fallas de un sistema judicial que no estuvo ni está a la altura de su reforma.

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