
Más de una vez, alguno de los escasos lectores de esta columna me reprochó mi dureza con los políticos por considerar que la única forma de gobernar un país es a través de la política y quienes la practican son aquellos a quienes tanto ataco.
Tal vez mi error radica en que generalizo al hablar de los políticos; es decir, aquellas “personas que intervienen en las cosas del gobierno y negocios del Estado” y no los diferencio de los politiqueros, los que tratan la política “con superficialidad o ligereza”.
Un político hace política que no sólo es el oficio de gobernar los pueblos sino que convierte esa actividad en un arte. ¿Y cómo es que se puede convertir la política en un arte? Entre las muchas respuestas está la honestidad en el manejo de los recursos del Estado y la capacidad de hacer felices a sus pobladores. Y (seguimos preguntando:) ¿cómo se hace feliz a los habitantes de un Estado?... pues procurándoles bienestar.
El bienestar es el “conjunto de las cosas necesarias para vivir bien” como la salud —física y mental—, el afecto, la familia y el trabajo.
El afecto cae en el terreno de los sentimientos que suele ser ajeno a la política pero la salud y la familia se basan ineludiblemente en el trabajo.
Si un ciudadano común y corriente quiere formar una familia, necesita contar con los medios para mantenerla y, para ello, necesitará trabajar a fin de que su esfuerzo sea compensado con un pago.
Hablamos entonces del empleo, la ocupación u oficio del ciudadano que genera el sueldo o salario. Al estar destinado a la manutención de la familia, ese pago es utilizado en la compra de alimentos, bienes y servicios y esa es la base de la economía de cualquier país.
Ahora bien, para ser considerado como tal, el empleo debe ser una ocupación permanente que no sólo genere un pago por determinado tiempo sino que, además, vaya aparejado de vacaciones pagadas, seguro a corto y largo plazo, privilegios para embarazadas y otros beneficios por los que los trabajadores han luchado desde la Revolución Industrial. Entonces, no sólo hablamos del empleo, a secas, sino del empleo digno, aquel por el que ya se han realizado dos jornadas mundiales y diversas movilizaciones (la última fue el 7 de octubre y se ejecutó simultáneamente en varias ciudades de la Unión Europea).
Sólo el empleo digno puede ser considerado empleo. Las ocupaciones temporales, como las que alguna vez creó el gobierno del MNR mediante el Fondo Social de Emergencia, nunca tuvieron ese rango y sólo sirvieron para inflar las cifras oficiales.
Pero no fue el MNR el único en utilizar la mentira oficial para hacernos creer que estaba creando más empleos. Una visión imparcial demuestra que ningún gobierno redujo la tasa de desempleo a niveles que permitan combatir la pobreza y crear bienestar. El actual afirma que creó 400.000 pero sólo 24.126 (el 5,82 por ciento) son empleos fijos y todos estos están en el sector estatal; es decir, incrementó la burocracia para contentar a sus militantes.
La organización Ayuda Obrera Suiza (AOS) estudia desde hace años el desempleo en Bolivia y encontró que “sólo una de cada 8 personas ocupadas tiene un empleo productivo, formal y pleno, y menos del 20% está cubierta por la Ley General del Trabajo”.
Más aún, si ningún gobierno aplicó políticas de creación de empleo digno o productivo, ninguno de los ocho partidos que participan en las elecciones tiene una propuesta seria y científica destinada a tal fin.
Entonces, no estaba tan equivocado con mi percepción sobre políticos y politiqueros bolivianos: no supieron ni saben hacer de la política un arte ya que no sirven para procurarle bienestar a los habitantes del país.
Se aplazaron como políticos y, aún así, nos piden nuestro voto.
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