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Degenerados


Internet se ha convertido en el baluarte de la libertad de expresión. No importa cuán poderoso sea, el gobierno del país que intente ponerle frenos a la red encontrará que esa tarea es humanamente imposible.
Hasta antes de la irrupción del espacio virtual, restringir la libertad de expresión era relativamente fácil. Los gobiernos que lo hacían —generalmente totalitarios— no tenían más que dictar disposiciones en ese sentido y hacerlas cumplir. Se prohibía cualquier tipo de crítica al régimen, se penalizaban las reuniones y se controlaban los contenidos de los medios de prensa. Si la rebeldía persistía, se cerraban medios y los infractores iban a la cárcel, al destierro o, peor aún, eran asesinados.
Hoy en día, los gobiernos totalitarios todavía ejercen o intentan ejercer control sobre la prensa, que era el medio más conocido para exponer públicamente las ideas, pero ya no es tan fácil hacer lo mismo con Internet.
Aunque se detecte al autor de un mensaje que se subió a la red, ¿qué puede hacer el gobierno totalitario si aquel vive en otro país?... O, más aún, ¿cómo puede controlar a millones de personas de diferentes países del mundo que ingresan y salen constantemente un universo que está ahí pero no existe en el sentido material?
La República Popular China es el más claro ejemplo de la imposibilidad de controlar la Internet: es una superpotencia con una enorme influencia económica pero su régimen unipartidista no puede hacer con el periodismo electrónico lo que hizo con su prensa ni puede restringir los derechos de sus internautas como lo hace en el “mundo real”.
Pero la imposibilidad de coartar la libertad de expresión en Internet no es totalmente una buena noticia. Los millones de foros que existen en la red no sólo son utilizados para expresar el pensamiento de sus usuarios sino también para que millones de estos descarguen sus odios y resentimientos valiéndose del anonimato.
La imposibilidad de identificación inmediata hace que cualquier medida de prevención sea insuficiente ya que es fácil entrar a un foro, dar una identidad y correo electrónico falsos y escribir lo que sea sin importar si, al hacerlo, está dañando sentimientos, reputaciones o vulnerando las leyes.
Es, obviamente, un problema de formación. Desde que empecé a ejercer el periodismo yo fui enemigo del anonimato y siempre que opino lo hago firmando con mis nombres y apellidos. Ya en Internet, no doy datos falsos ni saco cuentas “truchas”. Hasta hace poco, mi cuenta en Facebook tenía la caricatura de un toro como fotografía pero, ante la cordial crítica de una colega, lo cambié por un retrato en primerísimo primer plano.
Quizás por eso, no puedo concebir que existan personas que ingresen a los websites de periódicos y, en lugar de aprovechar la oportunidad que se les da de comentar sobre las noticias, se dediquen a insultar y atacar a personas a las que jamás les dirían nada si las tuvieran enfrente.
La libertad de opinión y expresión están reconocidas en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos así que es un patrimonio universal pero cualquier libertad, como facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, conllevan una responsabilidad por sus actos. Si una libertad es mal utilizada se convierte en libertinaje, en una degeneración de la facultad antedicha que demuestra que, por cobardes y despreciables, muchos seres humanos no merecen los dones que tienen.

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