Buscar este blog

Historia falseada


En la escuela, cuando nuestra inocencia nos mantiene al margen de los tejemanejes que rodean a la búsqueda, ejercicio y conservación del poder, la profesora nos cuenta una historia llena de héroes y gestas heroicas, de gobernantes divinos salidos de las aguas del Titikaka y presidentes que inauguran ferrocarriles para el progreso de nuestra amada patria.
En medio de todas esas historias, a los potosinos nos encanta escuchar la del pastorcito que llegó de muy lejos hasta las faldas del Cerro Rico arriando una recua de llamas hasta que, de pronto, descubrió que se le perdió una.
Cual Jesús en busca de la oveja perdida, Diego Huallpa (pues así se llamaba el pastor) dejó a todas sus llamas para ir tras la extraviada a la que sólo encontró a mitad del cerro pero, como había caído la noche, entonces prefirió quedarse y, para combatir el frío de la puna, encendió una fogata. Al día siguiente, un hilo de plata se había filtrado por entre las brasas ya que el Cerro Rico estaba tan lleno del argentífero metal que el fuego lo derritió y empujó a la superficie (otra versión menos difundida dice que la díscola llama fue amarrada a un matorral y, al tirar de este, dejó la plata al descubierto). Recuperado del asombro, Diego Huallpa empezó a extraer la plata, de inicio solo pero luego se lo contó a su compadre Huanca que, tras una disputa, contó el descubrimiento a los españoles quienes iniciaron la explotación masiva del Cerro Rico.
Esta y otras narraciones hacían soñar a los niños del ’70. Como la televisión aún no se había adueñado de los hogares, nuestra imaginación se acicateaba con historias como las de Manco Capac y Mama Ocllo y la de los hermanos Ayar. En el caso de los que tuvimos la suerte de nacer en la Villa Imperial, la leyenda de la Qori Killa, la supuesta hija ilegítima de Huayna Cápac por cuyo amor pelearon Diego Huallpa y Huanca, alimentaba la pléyade de narraciones que son conocidas como “Crónicas Potosinas”.
Sin embargo, esos cuentos se acercaban más a la categoría de ficción y no podían formar parte de la Historia (así, con mayúscula) desde el punto de vista científico.
La narración de Diego Huallpa y la llamita era tan absurda como aquella que dice que, cuando los exploradores de Huayna Capac pisaron el Cerro Rico, este bramó diciendo “no toquéis la plata de este cerro porque es para otros dueños”.
Como cualquier otra, la Historia de Bolivia fue escrita por los vencedores y los escribas oficiales y está llena de inexactitudes. El bramar del Cerro Rico, por ejemplo, sirvió para justificar su explotación pero sigue enseñándose así en las escuelas y colegios.
Esta semana, investigadores de la talla de Marcela Inch, María Luisa Soux, Ximena Medinaceli y Pablo Quisbert presentaron los libros “La construcción de lo urbano en Potosí y La Plata – siglos XVI y XVII” y “Mina y Metalurgia en los andes del sur”. En ambos existe una catarata de datos desconocidos sobre Sucre y Potosí, todos sustentados en fuentes válidas y métodos científicos, pero el que más llamó la atención (porque pude leer un adelanto hace algunos meses) es el de minería ya que allí está el artículo “Tras las huellas del silencio: Potosí, los Inkas y el virrey Toledo” en el que sus autores, Tristan Platt y Pablo Quisbert, muestran a un Diego Gualpa (así, con “G” y “l”) que no era ningún pastor sino un miembro de la nobleza inca que habría sido enviado a Potosí, que era tierra de los Qaraqara, como agente de Manco Inca, aquel que inició la más larga sublevación contra la españoles.
Este simple botón demuestra cuán necesario es reescribir la Historia de Bolivia, una menos fantasiosa y libre de la contaminación manipuladora de los detentadores del poder. Tarea difícil en un gobierno que se vale de la historia falseada para justificar algunas de sus venganzas.

No hay comentarios: