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La Brujita y los cuervos


El fútbol no sólo es una buena vía de catarsis sino también una manera de conocer mejor a los seres humanos.
Si no me cree, vaya al estadio y abstráigase por unos momentos del partido con el fin de observar cómo se comporta la gente. Encontrará conductas tan diversas como el del tipo que, de puro educado, se aparta de la multitud para fumarse un cigarrillo sin afectar la salud de los demás hasta aquel salvaje que descarga sus frustraciones vociferando e insultando todo el tiempo y es capaz de llegar a la violencia física.
Y mientras las tribunas son un muestrario de la variedad del ser humano, el campo de juego es otro tanto. Si de jueces, futbolistas y técnicos se trata, encontraremos tan variopinta gama que cualquier sociólogo podrá dedicarle litros y litros de tinta al tema.
Pero el fútbol no se juega sólo en la cancha. La búsqueda de un campeonato comienza incluso antes del torneo y en esa actitud también se puede percibir hasta dónde es capaz de llegar el ser humano.
Así, existen clubes que buscan a los mejores jugadores de cada equipo para hacerles tentadoras ofertas económicas. Si aceptan, habrán conseguido un buen fichaje y, si no, le habrán hurgado la cabeza al futbolista de tal forma que su rendimiento no será el mismo. Un efecto indirecto pero inevitable es que se produce un fenómeno inflacionario porque los jugadores ya no están conformes con lo que se les paga y piden a sus clubes que les eleven los sueldos. Si el equipo no tiene suficiente dinero para responder a esas aspiraciones, ya es un enemigo debilitado en un torneo que ni siquiera se ha iniciado.
Por actitudes como esa, el fútbol ha dejado de ser el deporte unificador de los pueblos que despertaba pasiones como el famoso “amor a la camiseta”. A título de profesionalismo, los jugadores se han convertido en mercenarios que trabajan para el que mejor paga. Que sean hinchas de algún equipo es un sentimiento irrelevante porque tienen que cumplir con el que les paga el sueldo, cuanto más alto mejor.
Existen excepciones que confirman la regla y una de ellas es Juan Sebastián Verón, apodado “la Brujita”, quien acaba de rechazar un contrato de más de 11 millones de dólares para continuar jugando en el club de sus amores, Estudiantes de la Plata.
Quien conozca la historia de Verón podrá encontrar varios justificativos a su conducta. Se dirá que el futbolista tuvo altibajos y su cotización cayó desde los 42,5 millones de euros que el Manchester United pagó por él en 2001 pero nadie podrá negar que ahora pasa por uno de sus mejores momentos.
Después de haber llegado a la final de la Copa Sudamericana, en 2008, el año recién pasado fue campeón de la Libertadores con Estudiantes de La Plata con el que no sólo renovó su contrato sino que acordó reducir su sueldo en un 45 por ciento. La oferta de los 11 y pico millones de dólares no fue por la compra de su pase sino por un préstamo de un año al Manchester City… ¿quién rechaza, así nomás, semejante suma?
Lo que pasa es que más allá del interés económico, Verón siente amor por la camiseta del Estudiantes de La Plata, el equipo que lo acoge desde 2006 y al que perteneció su padre, Juan Ramón Verón, conocido como “la Bruja”. Es más, cuando Juan Sebastián nació, su padre disputaba el clásico platense número 87 y marcó el gol que cerró ese encuentro.
Se trata, entonces, de un caso poco común de amor al deporte, al fútbol y a una camiseta. Qué diferente al de los jugadorcillos que hoy en día parecen volar alrededor de los equipos cual cuervos que estudian un cuerpo inerte con la esperanza de que sea un cadáver del cual alimentarse.
No en vano Verón fue consagrado como el mejor jugador de Sudamérica en 2009 por el diario El País de Uruguay.

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