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“Los potosinos”


La pobreza duele más cuando se convierte en paradigma de lo que se debe evitar.
Los potosinos lo sabemos bien porque nos la espetan en cada Navidad.
Es infalible.
Nunca falta el periodista o, por lo menos, el pinchadiscos que, cuando deja de hablar babosadas con alguna radioescucha que llamó para pedir un tema musical, asume pose reflexiva y comenta sobre los contrastes de las fiestas de fin de año.
Y ahí es cuando nos sacan a las nortepotosinas, aquellas humildes mujeres que, cargando niños propios y ajenos, viajan a las grandes ciudades en los días previos a la Navidad con la esperanza de conseguir, limosna mediante, el ingreso que sus parcelas no les dieron a lo largo del año.
Se sientan en parques, plazas y cuanto lugar les parezca visible en demasía. Cada una está acompañada de por lo menos un par de criaturas semidesnudas que, botadas ahí, sobre trapos o llijllas, conmueven el corazón de cualquiera.
¡Cuán pobres somos, carajo!... ¿Y dónde está el cambio del que se habla tanto?
Esmirriado y todo, el espíritu navideño se encarga del resto. Sacamos unas monedas y se las alcanzamos. No faltan los comedidos que van a casa a buscar algún juguete viejo, alguna ropa que las guaguas ya no se ponen… y en las horas previas al nacimiento del Niño Dios, centenares de esos niños, al igual que miles que no son del Norte de Potosí sino de cualesquier otro lugar, se apretujarán en largas filas para recibir uno de los juguetes del Tata Pérez.
¡Cuán pobres somos, carajo!... ¿Y dónde está el cambio del que se habla tanto?
Conmovido, no falta el periodista o pinchadiscos que, al igual que en los párrafos anteriores, le da duro al asunto. Pobreza… miseria… los potosinos.
Y ahí es donde saltamos nosotros porque, claro, es tan potosino el que nació en el norte, en las tierras de los hermanos Katari, como el que vio la luz en el sudoeste, donde se extiende el portentoso Salar de Uyuni, o en el sur, en los Chichas en los que se escucharon los últimos disparos de la Guerra de la Independencia.
Pese al discurso de cambio que se maneja hoy en día, hay miseria en el norte potosino y esta es la que empuja a sus hijas —porque la mayoría son mujeres— a explotar el espíritu navideño y viajar a las ciudades grandes a pedir limosna. ¿Por qué generalizar esa actitud y extenderla a todos los potosinos?
A nosotros no nos avergüenzan esas mujeres porque forman parte de nuestra lacerante realidad. Lo que nos duele es que se utilice ese fenómeno social para estigmatizar a todo un pueblo.
Para periodistas y pinchadiscos es fácil hablar de esa gente y decir “los potosinos”. Lo difícil es investigar qué es lo que realmente pasa en el norte de Potosí antes, durante y después de las temporales migraciones navideñas. ¿Sabrán estos sabelotodo que ese movimiento de gente es previamente organizado? ¿Se habrán enterado que las comunidades campesinas reúnen a los niños y los entregan a las mujeres para que, junto a los suyos, hagan “más bulto” y puedan recaudar más? ¿Alguien habrá dicho algo de la repartija de lo recaudado en las comunidades?
Este fenómeno es mucho más que miseria y postración pero los periodistas y pinchadiscos se limitan a lamentarlo generalizando el origen geográfico de sus protagonistas. Por la radio y la televisión duele un rato pero si lo pones por escrito, como en el “Altímetro” de La Razón del 18 de diciembre, entonces la generalización queda para siempre, impresa en el papel y archivos digitales, a expensas de los investigadores del futuro.
¿Qué quería el autor de la nota?... ¿conmover al lector con el cuadro desgarrador de esa gente a la que llama “norpotosinos” en el texto pero generaliza con “Los potosinos” en el titular?
No sé si consiguió esto último pero lo que sí logró fue insultar a todo un pueblo que no se merece esa generalización.

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