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Sindicatos y sindikhatus


A riesgo de remar contra la corriente y ubicarme, otra vez, en el grupo de los impopulares, debo confesar que estoy de acuerdo en que se incluya la experiencia sindical entre los méritos para calificar a un cargo público.
Bien entendido, el sindicalismo puede ser una escuela de vida ya que es un “sistema de organización obrera por medio del sindicato” que, a su vez, es una “asociación de trabajadores constituida para la defensa y promoción de intereses profesionales, económicos o sociales de sus miembros”.
Aunque el Diccionario de la Real Academia Española habla de “organización obrera” y “asociación de trabajadores”, el sindicalismo ha transcendido los límites del obrerismo para extenderse a otros sectores, tanto así que el Diccionario Jurídico de Manuel Osorio enumera sindicatos accionarios, agrícolas, de empresa, de funcionarios, de oficio, mixtos, patronales, únicos y verticales. Desde el punto de vista economicista, Manuel Serra Moret señala que el sindicalismo es una “escuela político-económica que considera al gremio o sindicato industrial como la célula y la base de la futura organización económica”.
Si aplicáramos la teoría del sindicalismo a carta cabal, los sindicatos podrían convertirse en verdaderas escuelas que sustituyan, obviamente de manera parcial, la formación universitaria pero la realidad boliviana dista mucho del panorama ideal que manejan los teóricos.
Reconocido por el Estado boliviano mediante la Ley General del Trabajo, en sus artículos 100 al 104, el sindicalismo tiene como finalidad esencial la defensa de los intereses colectivos que representa pero esta se ha desvirtuado en aquellas organizaciones que sólo sirven de plataforma o escalera de intereses particulares.
Así, existen cientos de sindicatos en los que no existe renovación dirigencial y menos formación de cuadros. Durante años, los dirigentes son los mismos y, al no existir renovación, el sindicato es cualquier cosa menos una escuela.
Existen también casos de personas que han convertido la dirigencia en una forma de vida; es decir, se mantienen durante años en el cargo sindical y, gracias a la declaratoria en comisión, ganan sin trabajar. En este mismo grupo están los dirigentes estudiantiles que permanecen años en universidades o normales sin egresar nunca porque su función principal es la dirigencia (ahí está, por ejemplo, el caso del dirigente que tiene convulsionada a la Normal potosina a la que se inscribió luego de años de “ejercer” en la universidad Tomás Frías).
Por tanto, el panorama del sindicalismo es desastroso en Bolivia y, a menos que se opere un necesario cambio de estructuras, todavía no podemos considerar a la dirigencia sindical como un mérito superior a la licenciatura o maestría porque estas son el resultado de la enseñanza superior.
Uno de los argumentos para poner al sindicalismo por encima de la enseñanza superior es que esta no está acorde a la realidad nacional y tiene tendencia colonialista pero… ¿qué tan distintos son los sindicatos?
Si de cambiar se trata, hay que comenzar por casa y mirar la viga en ojo propio. La mayoría de los sindicatos bolivianos se han convertido en organizaciones que mantienen a una casta privilegiada, la de los dirigentes eternos, aquellos que, para colmo, ahora nos disponemos a premiar encargándoles nada menos que el manejo de las entidades públicas del país.

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